28 abril 2006

(y 3): Erosión












“Oye, te vendo las ovejas, todas pa ti, ¿las quieres? Que yo ya no tengo edad para ir pastor, que ya me he cansado. Esto es como es, todos los días del año aquí, da igual que sea miércoles que domingo que Navidad, 365 días. Comer seco y beber caliente. Todos los días. Y tira parriba y tira pabajo, que si marcar las ovejas, que si desparasitarlas, que si qué sé yo… Y para tanto sacrificio esto tendría que rentar más, pero no renta. No renta nada. Seis mil pesetas me dan por un corderico. Pero mi hijo quiere seguir, le ha cogido el gusto, claro, él es joven. Y como un pastor solo no puede con todo este rebaño, pues yo tengo que estar para ayudarle. Y tengo dos prótesis en las rodillas, que si me ve aquí el especialista me mata. Y cada vez más tripa, yo no sé, si no como nada y no paro quieto. Y cuando duermo en el suelo, al día siguiente me levanto mal, como tieso. De joven ni me enteraba. Tampoco me hago a las gafas, tendría que llevarlas pero no me hago, veo raras a las ovejas”.

26 abril 2006

El mejor pastor de Navarra (2). ¡El blanco se mueve!


Las guías de viaje insisten en pintarlo todo tan idílico y quitan tanta importancia a las pegas que acaban diciendo cosas como ésta: “Las Bardenas son uno de los últimos lugares en los que se puede escuchar el silencio, sólo roto por los vuelos rasantes y los bombardeos de los aviones militares”.

El centro de la Bardena Blanca está ocupado por un terreno del Ejército del Aire, y los cazas hacen maniobras de lunes a viernes (la guerra con horario de oficina, como de Gila). Esos vuelos rasantes son tan atronadores que, cuando pasa un avión, dos personas separadas un par de metros tienen que gritarse a pleno pulmón si quieren oírse. Y es peor cuando toca bombardeo: en la llanura hay desperdigados unos cuantos autobuses viejos, y los cazas intentan acertarles. La Bardena tiembla con los bombazos.

“Un día apareció por aquí un pastor”, nos contó José Antonio, “no sé de dónde era, no lo conocíamos ninguno. Nos dijo que iba, qué sé yo, cara Tudela o cara Zaragoza, no sé. Y se puso a cruzar el polígono de tiro con el rebaño, justo cuando los aviones empezaban a tirar bombas. ¡Mecá! Dicen que el piloto llamó a la base, “¡que el blanco se mueve, que el blanco se mueve!”. Y el otro con las ovejas, que le caían las bombas por todas partes, y el perro ladrando, y no tenía dónde esconderse. Pararon el bombardeo y lo sacaron de ahí. Creo que no le pusieron sanción ni nada, porque el pobre hombre se metió por ignorancia”.

A José Antonio los cazas lo traen loco. “El otro día me subí a la plana aquella de allá arriba, y los aviones venga a dar vueltas: venían, giraban justo encima de las ovejas, se iban, volvían a venir, giraban, y así todo el rato. Pa mí que dijeron vamos a dar los giros allá, donde el rebaño. Y todas las ovejas apretadas, hechas una pelota, y los choticos locos, que no sabían dónde meterse. Yo decía me voy a ir arrimando pal monte, a ver si los voy trayendo pal barranco y se estrellan”.

El mejor pastor de Navarra (1). Pero mejor que no saque premio


El 18 de septiembre del año pasado, cuando cien mil ovejas empezaban a entrar a las Bardenas por El Paso, a José Antonio Ballent Urrutia le dieron el premio al rebaño mejor cuidado. Mil eurazos. Pero nos dijo que casi no le salió a cuenta: “Ese día llevaba en el bolsillo 280 euros, y todavía tuve que pedir 50 más a un amigo porque no me llegaba para invitar a todo lo que me pedían los demás pastores: que si un whisky… pero si tú no te has tomado un whisky en tu vida, mecagüendiez. Y lo peor, nos tuvieron a mí y a los otros dos finalistas desde las tres y media hasta las seis y media en la sobremesa con las autoridades, esperando a ver a quién le daban el premio, y en ese rato estaban todos los demás pastores comiendo el calderete, de fiesta. Hay un matrimonio de Pamplona, gente maja maja, que me conocieron hace quince o dieciséis años y desde entonces todos los años vienen a la entrada de El Paso y me traen unos licorcicos, comemos juntos, y la señora me teje todos los años un jersey. Yo ya le digo que pare, que tengo varios sin estrenar. Bueno, pues ese matrimonio también me tuvo que esperar hasta las siete, y me dijeron que mejor que el año que viene no saque premio”.

José Antonio lleva 53 años con las ovejas, desde que empezó con 14 hasta ahora que tiene 67. Es de Otxagabia pero ahora vive en Arguedas (un caso muy común: pastores de los valles pirenaicos que se casan con mozas de la Ribera, los curiosos lazos de la trashumancia). En primavera sube con su hijo y sus mil ovejas desde las Bardenas hasta Otxagabia y los rasos de la sierra de Abodi, seis jornadas de caminata: “Como muy tarde rancamos el 5 de mayo, porque para el 20 ya empiezan a parir algunas ovejas y no pueden hacer todo el camino con la panza”. Y en septiembre bajan de vuelta a las Bardenas, como otros 100 o 120 pastores que vienen desde los valles del Roncal y de Salazar, o desde la sierra de Urbasa, para aprovechar las 42.000 hectáreas de pasto de las Bardenas durante ocho meses.

La tercera etapa de la vespa había sido precisamente entre Otxagabia y Arguedas, los dos pueblos entre los que va y viene José Antonio desde hace más de medio siglo. Nos preguntó cómo habíamos visto la hierba por allá arriba, en la sierra. Me acordé de que los esquimales tienen 27 palabras para nombrar los distintos tonos del blanco, porque nosotros sólo supimos responder: verde. Intentamos decirle algo más informativo: bastante verde.

Entonces José Antonio nos contó la historia del pastor que empezó a cruzar con su rebaño el polígono de tiro de las Bardenas, justo cuando los cazas estaban bombardeando el terreno (mañana más).

25 abril 2006

Recuerdos garrapiñados


En Ujué leímos un anuncio ideal para nomeacuerdo: “Se venden almendras y recuerdos”.

Y luego, en el Diario de Navarra: “Vendo casa en Izco, reciente construcción. Tres ovejas viejas de oreja grande y un amula a punto de parir, muy cariñosa”.

23 abril 2006

Primeras andanzas de la vespa



Ya estamos en casa para celebrar el 60º aniversario de Vespa. Y para rendirle honores a mi vespa en concreto, porque se ha portado como una campeona en este primer viaje de cinco días y 721 kilómetros por Navarra. Hemos vuelto un día antes de lo previsto, porque ayer sábado pasamos la mañana en Artajona esperando a que escampara. Pero aquello era el danubio universal, así que decidimos suspender la etapa de Tierra Estella y Urbasa, buscar refugio en Pamplona y después regresar a San Sebastián.

Un viaje por Navarra siempre deja la mandíbula colgando. La vespa ha remontado el Bidasoa; ha faldeado los Pirineos; ha escalado sus primeros puertos de más de mil metros (Artesiaga, Ibañeta, Remendía, Abodi); ha pasado por el pueblo más bajo y por el más alto de Navarra (primer concurso de este blog: una lata de pochas Orlando para quien acierte cuáles son esos pueblos); ha atravesado bosques (Quinto Real, Irati) y desiertos (Bardenas), ha cruzado valles y llanuras, ha aparcado junto a monasterios, castillos, caseríos, ermitas, cabañas y hasta una granja de cerdos (cuando llegamos a la granja, el encargado notó un olor extraño y se giró hacia nosotros).

En los próximos días os iré contando algunas historias de la vuelta véspica a Navarra; por ahora adelanto unas conclusiones de este experimento: en vespa se viaja de maravilla, incluso con dos a bordo. En carreteras nacionales y autovías la moto marcha bien, cómoda, a 80-90 km/h, acoplada al ritmo de los camiones. Pero procuramos pisar esas rutas principales lo menos posible, porque donde disfrutamos de verdad es en las carreteras secundarias: la vespa se desliza por subidas y bajadas, curvas y contracurvas, se emociona en las rectas (¡105 km/h entre Carcastillo y Caparroso! ¡115 km/h bajando El Carrascal!) y pasa de puntillas por los pueblos. Tramos de disfrute véspico excepcional: entre Irurita y Eugi (en 27 kilómetros de bosques nos cruzamos con un solo coche); los repechitos y serpenteos del tramo Lumbier-Aibar-Cáseda-Carcastillo; o el regreso de ayer de Pamplona a Donosti, subiendo por Madoz, bajando por las faldas de Aralar y por las curvas de herradura de Azpirotz, culebreando por las gargantas del río Araxes y cruzando ese túnel con la vieja viejísima pintada que dejamos de ver desde que hace once años empezamos a usar la autovía, esa pintada que nunca sabemos si adjudicar a creyentes fervorosos o a nadadores ateos: “¡Nada sin Dios!”.


Con la vespa se siente el relieve: las cuestas cuestan, hay que acertar con las marchas para ver si llegas al final del repecho en tercera o metes segunda, y las bajadas hay que trabajarlas curva a curva. El viento se sufre o se disfruta; el frío y el calor se perciben con detalle (por ejemplo: sentimos perfectamente la bolsa de aire caliente y seco que se acumula siempre en la garganta del Araxes en Betelu, un microclima que permite la extravagancia de un encinar en un valle cantábrico tan frío y húmedo como ése. En coche ni te enteras). El sol y la lluvia deciden la ruta (si jarrea, como en Artajona, se aprovecha el rato para leer o para reescribir las notas del cuaderno). Y además la vespa enciende conversaciones, porque la gente se arrima a curiosear.

(Foto: Castildetierra, en las Bardenas)

Recorrido de la vuelta a Navarra



Las primeras cinco etapas de la vespa han sido:

1ª etapa: Asteasu - Behobia - Sunbilla (76 kms.)
2ª etapa: Sunbilla - Bértiz - Quinto Real - Zubiri - Roncesvalles - Valle de Aezkoa - Otxagabia (129 kms.)
3ª etapa: Otxagabia - Irati - Otxagabia - Lumbier - Carcastillo – Monast. de la Oliva - Caparroso - Arguedas (190 kms.)
4ª etapa: Arguedas - Bardenas - Olite - Ujué - Tafalla - Artajona (165 kms.)
5ª etapa: Artajona - Pamplona - Madoz - Lekunberri - Azpirotz - Tolosa – Asteasu – Donosti (161 kms.)

Foto: despertar junto a la ermita de la Virgen del Yugo (Arguedas, en las Bardenas)

Propulsión a chorro


Una corrección sobre el tema que hasta ahora más interés ha suscitado en este blog: el producto Orlando que recomienda Josema no es la fabada sino las pochas.Y confirmo que en este primer viaje véspico hemos ido a todo gas. (Foto: Josema en la cena de celebración de su 30º cumpleaños, primera noche del viaje, Sunbilla).

18 abril 2006

No al musgo


Decía un refrán persa: “Primera etapa, corta etapa”. Siempre cuento esta historia, leída en Los caminos del mundo, de Nicolas Bouvier, uno de mis libros de viaje favoritos. En la primera jornada, las caravanas persas sólo recorrían cinco o seis kilómetros antes de acampar. Por un motivo muy práctico: en la primera noche todo el mundo se da cuenta de que se ha dejado algo en casa, de modo que los viajeros podían regresar, recuperar el objeto olvidado y volver a unirse a la caravana antes de que reemprendiera la marcha.

Escribo este texto a trompicones, porque son las cuatro y media, y a las cinco me voy con Josema a Asteasu a por la vespa (está en un taller de allá, aún sin acondicionar del todo pero lista para rodar). Y desde Asteasu saldremos de viaje. Hoy no nos dará tiempo a casi nada, poco más que pasar por Irún y remontar unos kilómetros el Bidasoa, y ya tendremos que buscarnos algún rincón cubierto para dormir, tan cerca de casa que pareceremos persas. Quizá habría sido más prudente dormir en casa y salir mañana temprano, pero lo dicho: no aguantamos más, nos viajamos encima. Hoy Josema ha recorrido 800 kms en coche (desde Frejus, en la Costa Azul, hasta Donosti). Y nada más bajarse del coche se sube a la vespa.

Hay otro motivo: Josema cumple hoy 30 años. Y le hace ilusión celebrarlos montado en la vespa y cenando una lata de fabada en el hornillo (él recomienda Orlando). Eso sí, por culpa de los efectos secundarios de la fabada industrial mañana nos pelearemos por ocupar el asiento delantero de la moto.

No hemos hablado ni media palabra sobre el asunto, pero sé por qué le hace ilusión celebrar así los 30: porque para demasiada gente esta edad suena a timbre de fin de recreo. No es broma: nada más cumplir los 30, en las bases de datos de los bancos suena una alarma y tu nombre empieza a destellar en la pantalla. A mí me empezaron a llegar en cascada cartas de publicidad para que contratara un plan de pensiones. “Tu activo más valioso es el tiempo”, dicen. Y mucha gente de nuestra edad se acaba convenciendo de que a partir de ahora se acabaron las tonterías improductivas y toca amarrar, calcular y acumular, que ya disfrutaremos al cumplir 65 (los 65, evidentemente, no los garantiza ni Matías Prats júnior ni su banco naranja).

Por eso, cumplir los 30 en la vespa es una celebración de muchas cosas. Celebraremos las ganas que tenemos de seguir viajando y de improvisar, celebraremos que seguimos ilusionándonos por el mero hecho de salir de casa montados en una vespa, por el gusanillo que nos da ponernos a buscar un rincón para extender la esterilla y el saco esta primera noche. Celebraremos que seguimos disfrutando con las mismas cosas simples que cuando teníamos 17-18-20 años y pedaleábamos hacia Santiago, o por Castilla, o por los Alpes, las mismas que cuando teníamos 23 y fuimos en moto a Noruega, o cuando teníamos 27 y fuimos a Córcega. Celebraremos, también, la inmensa suerte de poder hacer lo que más queremos. Y brindaremos -con un buen trago de fabada Orlando- para que sigamos haciendo más caso a las ilusiones que a los miedos.

Lo escribió Axular hace más de cuatrocientos años: “Dabilen harriari ez zaio goroldiorik lotzen”. A la piedra que rueda no le sale musgo. La vespa tiene un poco de óxido y nosotros volveremos cubiertos por la mugre, pero procuraremos que el musgo no nos coma.

(Esta escapada inaugural no será larga, porque yo tengo que volver a Donosti a rematar unos trabajos para finales de mes. Nos gustaría pasar cuatro o cinco días por Navarra. Y volver el domingo 23 de abril. Ese día no sólo cumplen Shakespeare y Cervantes: la Vespa cumple 60 años. A ver si enlazamos los 30 de Josema con los 60 de la Vespa).

17 abril 2006

En memoria de Dani

No teníamos una relación muy estrecha pero sí compartíamos una intensa complicidad viajera. De hecho, Dani Ruiz fue la primera persona que vio este blog, a mediados de febrero, cuando sólo era un borrador. Dani murió a los pocos días, repentinamente, el 25 de febrero. Tenía 26 años y, como dice su amigo Alberto, un capazo de sueños.

En la semana anterior a su fallecimiento, después de varios meses sin saber nada el uno del otro, nos habíamos escrito un puñado de mails. Le envié fotos de un reciente viaje por Túnez y él me respondió que conocía ese país, que las fotos le traían muy buenos recuerdos, y se relamía con la idea de futuras escapadas. Me preguntó si planeaba algo y le hablé de Vespaña. En aquellas fechas yo aún no tenía la vespa, pero acababa de hacer las primeras pruebas de este blog y le pasé la dirección para que echara un vistazo.

Me respondió que se le habían puesto los dientes largos. Y me escribió unas palabras que ahora estremecen: “Mi enhorabuena y mi envidia por haber tenido la pericia necesaria para hacer del viaje tu manera de habitar el mundo. Ojalá llegues a parir muchos más viajes y muchos más libros”.

Me queda un recuerdo de Dani grabado a fuego: la fascinación ante un mapa de carreteras. Fue en la primavera del año pasado, en un bar de Azpilagaña (Pamplona). Habíamos quedado porque Dani planeaba viajar en coche con un amigo hasta Cabo Norte (el punto más septentrional de Europa, en Noruega) y yo había hecho ese viaje unos años antes, en moto con Josema. Pedimos dos cañas y Dani sacó uno de esos grandes mapas, en cuaderno de espiral, con todas las carreteras de Europa bien detalladas. Pasamos las hojas, comentamos el itinerario por Escandinavia, las mejores visitas, los problemas de algunas fronteras. Y al final, cuando ya habíamos repasado todas las ciudades y todos los cruces, nos quedamos un rato hojeando el mapa, pronunciando como tontos los nombres de los pueblos croatas, finlandeses, moldavos. Ese día, qué cosas, se me enganchó en las neuronas el nombre de la ciudad húngara de Hódmezovásárhely.

Fui más rápido que Dani y pagué las cañas. Acordamos que la siguiente vez que quedáramos para planear un viaje invitaría él. Vespaña era un buen motivo, pero esas dos cañas han quedado pendientes, y ahora cuelgan de la memoria como uno de esos terribles cabos sueltos que dejan quienes mueren de repente.

En su último mensaje me escribió que debíamos seguir contándonos los viajes, “para avivar ese corazón nómada siempre insatisfecho”. Y que estaba deseando recibir y leer las “crónicas véspicas”. Ahora que empiezo a escribirlas, sé que con cada una de ellas echaré de menos a un gran tipo. Ojalá el recuerdo de Dani nos sirva, al menos, para contagiarnos su alegría, su enorme corazón y su entusiasmo.

16 abril 2006

Peluquería Pavlov


Hay un zumbido eléctrico que me pone las neuronas chisporroteantes como peta-zetas: el de la maquinilla cortapelos. Siempre me rapo antes de empezar un viaje, me rapo hasta que se me vea el cartón (12 milímetros de pelo, antes me atrevía con 8). Y asocio ese zumbido con los preparativos de última hora, con la mochila abierta sobre la cama, con el saco de dormir, el pasaporte, el cuaderno, la cámara de fotos. Me pongo contento y temblón. (Peluquera o, mejor, esquiladora: F.)