15 diciembre 2006

Bienvenidos al blog fosilizado de Vespaña.

En la columna derecha podéis encontrar el archivo (organizado por meses), con los textos y las fotos que fui publicando durante la vuelta a España en vespa.

Mientras tanto, sigo dando proyecciones de Vespaña. Si alguien tiene interés en organizar alguna, puede escribirme -anderiza(a)yahoo.es- o visitar la página anderiza.com.

También escribo algunas cositas sobre viajes, escapadas y barzoneos en el blog A topa tolondro.

29 octubre 2006

Charlas y proyecciones

24 de abril: DONOSTIA (Intxaurrondo)
Hora: 20.00
Proyección `Vespaña´

9 de mayo: LOGROÑO
Hora: 20.30
Proyección `Vespaña'
Lugar: Centro de Recursos Juveniles La Gota de Leche.
Calle Once de Junio, 2

17 de mayo: DONOSTIA (Ibaeta)
Hora: 12.30.
Proyección `Vespaña´
Aula de Cultura de El Diario Vasco
Auditorio Ignacio Mª Barriola
Campus de Ibaeta (UPV/EHU)

1 de junio: ARETXABALETA
Hora: 20.00
Mundumira Jaialdia
Proyección `Vespaña´

Los interesados en organizar una charla o una proyección sobre Vespaña pueden escribirme a: anderiza(a)yahoo.es

01 agosto 2006

Esto se acabó

29 julio 2006

Última etapa

Ya os conté por qué los caravaneros persas hacían una primera etapa muy corta.

Pues bien, si la primera etapa suele ser la más corta, la última suele ser la más larga. Me ha pasado más de una vez. Y tiene su lógica: el vespista, fatigado al final de un viaje de dos meses, recorre los 200-250 kilómetros de una jornada normal y se da cuenta de que sólo le quedan 100 más para llegar a casa. Entonces decide hacer ese esfuerzo extra, porque ya sueña con la ducha, la cama, los yogures griegos del frigorífico.

Así fue la última etapa de Vespaña. Fuentes de Ebro-Belchite-San Sebastián: 370 kilómetros. La más larga de todo el viaje.




En la llegada a Donosti, en la rampa de Ondarreta, no hubo banda de música pero sí un nutrido comité de bienvenida (no es que fueran muchos, es que luego merendamos tortilla de patatas, así que eso: nutrido comité). De pie: mis padres Iñaki y Arantza, yo mismo, la gran Marisa, Gari A. (más tarde llegó su Oihane) y Xabi. En cuclillas: Gari I. (más tarde llegó su Laura), Josema, Francis y Ione. Fotógrafa: mi hermana Eli. En el centro, oculta en su timidez: la vespa.


Así de bien acabó Vespaña. Y aunque dentro de un tiempo quizá retome la vespa para hacer otra escapada por La Rioja y Soria (y ya puestos, a Nairobi o Samarcanda), con esto echo el cierre al viaje y al blog.

Ahora me toca ponerme a escribir (a completar las historietas que se han asomado al blog y a escribir muchas otras que esperan en los cuadernos, a ver si van saliendo reportajes y croniquillas publicables, a ver si va cuajando un librote). Y también me toca filtrar una tonelada de fotos para preparar proyecciones (públicas, de asistencia voluntaria, en casas de cultura y sitios así: porque es fácil perder amigos con una proyección entusiasta de fotos en el salón de casa. La resistencia humana ronda las 160 diapositivas. A partir de ahí va creciendo el rencor).

Cada vez que bajo a la calle veo la vespa. A veces la uso para ir a algún sitio cercano (hoy a Pasai Donibane: había sardinada popular). En esas ocasiones, cuando salgo con la vespa a la carretera, me dan muchas ganas de saltarme el cruce que corresponde y seguir y seguir y seguir. En gran parte, la culpa es vuestra. Muchas gracias.

25 julio 2006

Belchite (4): sefiní

Pepe, acompañado por su mujer y su hijo, camina muy despacio hacia las ruinas de la iglesia de San Agustín. Es un hombre muy delgado -lleva las manos metidas por dentro del cinturón para sostener los pantalones- y su rostro es un mapa de arrugas. Ha venido desde Ávila hasta Belchite para conocer el lugar en el que una bomba mató a su mejor amigo. Tiene huesos de 86 años pero, cuando desata recuerdos, en el rostro le asoma aquel chaval de 16 años atrapado en una guerra.

-Mi amigo se llamaba Cayetano Sotillos y era portero del Deportivo Abulense, un chico muy conocido, muy apreciado. Cuando en Ávila se enteraron de que lo habían matado, fue una tragedia. Era alférez provisional, el jefe de un grupo de nacionales que se había refugiado en esta iglesia cuando los rojos la bombardearon. Tenía mi edad, 17 años. También murió otro amigo de Ávila, Cecilio González.

Pepe calla un minuto. Mira la iglesia pero no entra en ella. Luego se gira y sigue paseando por los escombros de Belchite. Su hijo se adelanta para visitar las otras iglesias, los ruinas de los monumentos, pero él prefiere descansar, de pie, a la sombra de unas higueras.

-Es que tengo 86 años.

Pepe, su mujer y su hijo han venido desde Ávila hasta Zaragoza, donde se hospedan. Hoy se han acercado a Belchite. Entre una cosa y otra, varios días, muchas horas de viaje. Pero la visita de Pepe sólo necesitaba un minuto. Ahora prefiere quedarse bajo la higuera.

Él no estuvo en la batalla de Belchite. Pero le tocó pegar muchos tiros, desde los 16 años hasta los 18.

-Os diré una cosa. Soy el único español vivo que ha hecho entera la batalla del Ebro. Yo estaba en la única unidad que luchó del primer día al último de esa batalla, del 26 de julio al 12 de noviembre. Mis compañeros de unidad ya han muerto. Bueno, casi todos murieron en esos tres meses y medio. Yo también era alférez provisional, como Cayetano, y fui el único oficial que no cayó herido.

-Claro -dice su mujer-, eras tan flaco que las balas no te acertaban.

Pepe sonríe.

-Había un compañero, Peña, que venía corriendo hacia mí. Y de pronto una ráfaga de ametralladora le reventó la cabeza.

Se queda en silencio. Le brillan los ojos. Se gira para hablarnos:

-Tenéis que respetar siempre a los demás.

(Foto: pintada en la puerta de la iglesia de San Martín. “Pueblo viejo de Belchite / ya no te rondan zagales / ya no se oirán las jotas / que cantaban nuestros padres”. Firmado por N.B.)

(Fe de herratas: en los textos anteriores llamé iglesia de San Martín a la iglesia de San Agustín. No es que haya recibido una avalancha de quejas, pero vamos, a cada santo lo suyo).

21 julio 2006

Belchite (3): La lección de los escombros

Al pueblo viejo de Belchite se entraba por el Arco de la Villa, una hermosa puerta barroca-mudéjar de hace tres siglos. Era un portal defensivo, con hechuras de torre, y a la vez una capilla, mezcla común en muchos pueblos aragoneses. Ahora, para evitar accidentes por desprendimientos, este paso está tapiado con un muro de bloques de hormigón de metro y medio de alto. En el muro alguien escribió con tiza esta queja: “Con los bloques se construyen granjas, no se tapian monumentos. Un respeto al arte y a nuestro patrimonio”. En el interior del arco se levantan unos andamios. En el viejo Belchite hay unos cuantos apuntalamientos para que no se derrumben los edificios más valiosos -las casas siguen cayendo poco a poco- pero no existe ningún plan de conservación de las ruinas. Cualquier obra resulta carísima. Y da la impresión de que nadie sabe muy bien qué hacer con los restos de Belchite.

Un detalle muy llamativo: en ningún sitio -ni en el Belchite viejo ni en el nuevo- encontramos información sobre la batalla que arrasó el pueblo y costó la vida a seis mil personas. El folleto institucional que describe el pueblo viejo (17 párrafos) sólo hace esta mención: “Las guerras han mutilado formas y han creado un paisaje expresionista”. En un panel colocado en el pueblo nuevo, con abundante texto sobre Belchite, su historia y su entorno, sólo se encuentran estas dos frases: “La Batalla de Belchite durante la Guerra Civil, que hizo desaparecer el poblado viejo, marcó un antes y un después en el municipio”. “Una visita a Belchite no sería completa sin un paseo por el pueblo viejo, que rezuma aires de pasado por cualquiera de sus calles y por los restos de sus edificios”. El desastre se describe como un fenómeno atmosférico: llegó la guerra y el pueblo desapareció.

Preguntamos en una librería del pueblo si tenían algún libro que hablara de Belchite, alguna guía, algo que explicara la batalla. Nada. También preguntamos en el ayuntamiento: sólo los folletos que ya teníamos, en los que apenas se dice nada sobre la cuestión. Según nos contó un funcionario, alguna vez se publicó un libro pero se agotó y no se reeditó.

Parece, pues, que en Belchite la herida no ha cicatrizado. No se puede tocar porque aún duele. Quizá porque este pueblo dejó de ser sólo un escenario de la tragedia, como tantos otros en España, y tuvo que cargar con el peso asfixiante de ser un símbolo. Franco decidió preservar las ruinas para mostrar que, junto al pueblo arrasado por la barbarie roja, su régimen levantaba un pueblo nuevo. Lo construyeron mil presos políticos, que vivían recluidos en un campo de concentración, hambrientos, enfermos, helados en invierno y abrasados en verano. Muchas familias de aquellos esclavos llegaron a Belchite y se instalaron durante años en unos pabellones insalubres que los vecinos bautizaron como “Rusia”. A los presos también les hicieron levantar una cruz laureada de hierro, de cinco o seis metros de alto, en memoria de los caídos, que aún se alza entre los escombros del pueblo viejo. La cruz está formada por remaches, y dicen que cada uno de los presos tuvo que colocar uno.




Al pie de esta cruz se organizan en fechas señaladas reuniones de ultraderechistas, de franquistas nostálgicos. En los muros de los alrededores hay pintadas de anarquistas. Incluso de independentistas aragoneses. Se cruzan insultos y amenazas. Todos quieren apropiarse de Belchite, todos quieren imponer su versión de estos escombros. Gritan proclamas en un lugar en el que todos deberíamos guardar silencio: bajo estos cascotes hay decenas de miles de huesos humanos. Los vecinos excavaron refugios en el subsuelo de estas calles, conectaron las bodegas de unas casas con las de otras, para poder escapar de los derrumbes. Durante los bombardeos, se metían en los refugios. Cientos de ellos quedaron sepultados para siempre. Y en el trujal, muy cercano a la cruz laureada, enterraron a 700 muertos.

Los paneles y los folletos no explican lo que pasó. Los vecinos, al menos algunos, sí tienen ganas de hablar. Casi siempre hay alguien paseando entre las ruinas. Cuando los viejos de Belchite pasean entre los escombros, los muertos se les pasean por la memoria. Y hablan de esos muertos. Y de los bombazos. Y de los fusilamientos. Pero no quieren decir nada “de política”, no quieren ni oír hablar de bandos.

Son estos viejos quienes mejor comprenden la lección de los escombros. Llevan casi setenta años viéndolos. Setenta años reviviendo la batalla de los seis mil muertos -seis mil muertos- cada vez que miran hacia el este.

(Un apunte: en los escenarios de las masacres más recientes, como las Torres Gemelas o la estación de Atocha, se borraron todas las huellas del horror, se retiraron los carteles, las flores y las velas porque el recuerdo constante de la tragedia resultaba insoportable. En Australia demolieron un bar en el que un asesino en serie había matado a tiros a un montón de gente. Levantamos monumentos abstractos o parques para no olvidar a los muertos, pero no aguantamos los detalles demasiado concretos y evocadores. De ninguna manera aceptaríamos vivir toda la vida junto a las ruinas de un pueblo machacado. Supongo que ya no tenemos esa capacidad de nuestros abuelos de convivir con la tragedia, de asimilarla. Quizá es que a ellos no les quedaba otro remedio. Tampoco será malo no padecer tragedias a las que tener que acostumbrarse).

Esos viejos saben cuál es la lección más importante de estas ruinas.

-Cómo nos matábamos los españoles, Dios mío, con qué saña nos matábamos. Nunca hemos aprendido. Que si las guerras carlistas, que si las sublevaciones del 32, del 34, del 36. Ayer el Parlamento Europeo condenó a Franco, qué tontería. Qué cojones condenar a Franco, si se murió hace treinta años. Que era un canalla, pues claro, a ver si Julio César era un santo, o Napoleón un sabio de Grecia. Ya no es eso. Eso de los rojos y los nacionales ya se tenía que haber acabado. No hay que seguir con eso. Hay que enseñar la historia, por supuesto, y decir todo lo que pasó, bien claro: éstos fusilaron aquí a mil, y éstos aquí a mil doscientos. Que se sepa, que se cuente todo. Pero eso se tiene que decir para que vosotros los jóvenes sepáis qué tragedia fue aquello, no para decir que unos estaban bien fusilados y los otros no. La guerra es el mayor desastre, es que no os lo podéis imaginar: mirad, el general Villalba estaba en el ejército republicano y sus dos hijos en el bando nacional. Eso es la guerra: dos hijos luchando contra su padre. Eso es lo que no puede ser. A mí me tocó pegar tiros con 16 años. Eso no puede ser. No empecéis de nuevo con los rojos y los nacionales. S tenía que haber acabado hace mucho. Lo que tenéis que hacer es saber lo que pasó pero construir algo nuevo, acabar con todo eso de los rojos y los nacionales.

Esto nos contó Pepe, un abulense de 86 años, que fue a Belchite con su mujer y su hijo para visitar las ruinas de la iglesia de San Martín (las fotos de ayer). Allí murió su amigo íntimo Cayetano, portero del Deportivo Abulense y alférez de los nacionales durante el sitio de Belchite. Acompañamos a Pepe en su paseo lento y repleto de silencios. Cuando hablaba de los meses que pasó en la batalla del Ebro la mirada se le quedaba perdida y acuosa, y en el rostro le asomaba aquel chaval de 16 o 17 años atrapado en una guerra.

(Chubí continued)

19 julio 2006

Belchite (2): algunas fotos

Aquí van tres fotos de Belchite que no pude colgar ayer. Son las ruinas del pueblo y de la iglesia de San Martín (incluida una foto del proyectil aún incrustado en la torre), donde nos encontramos con Emilio, el que llevaba el nombre por el primer muerto de Belchite, que iba a recoger higos.

En los próximos días seguiré el paseo entre los escombros con el propio Emilio y con el abulense Pepe, de 86 años, el único español vivo que hizo la batalla del Ebro completa, y que estaba en Belchite para visitar la iglesia donde una bomba mató a su mejor amigo.



18 julio 2006

Belchite, horror petrificado (1)

Por el sur de la provincia de Zaragoza se extiende una inmensa llanura parda. A ratos este yermo lunar se ve tan ralo y tan pálido como si alguien hubiera desollado la tierra y ahora se estuviera recubriendo con un pellejo cicatrizante. En realidad esto es una estepa, de las más puras y valiosas de España; la visión del paisaje doliente está dictada por la imaginación: porque sabemos que circulamos por el escenario de una masacre.

Avanzamos hacia el oeste. En la ladera suave de una loma, bañada en la luz espesa del atardecer, se alza de pronto una torre de ladrillo en ruinas: la torre mudéjar de la antigua iglesia de San Martín, roída como una zanahoria, agujereada, traspasada por los rayos solares. Un faro del desastre. Y a sus pies, todo un barrio de casas medio derruidas, un campo de escombros. Es el pueblo viejo de Belchite, horror solidificado, reventón de cascotes, herida que sangra piedra.

Bajo los muñones de barro seco yacen cientos de esqueletos humanos. La imaginación se desboca durante el paseo y oye el silbido de los aviones, el estruendo de las bombas, el tableteo de las ametralladoras, las carreras de los niños, los aullidos de dolor. Los muros, con desconchones y el color disuelto y escurrido, parecen llorar. Los boquetes de las fachadas y las torres se abren como muecas de terror.
Belchite era un pueblo viejo, hogar de cristianos, judíos y musulmanes. Y un pueblo hermoso, que parecía brotar de la misma tierra porque con esa misma tierra se cocían los ladrillos, con la misma materia estaban hechos los muros y el paisaje, con los mismos tonos ocres y la misma sobriedad. También se levantaban arcadas, capillas, palacios renacentistas, templos y una airosa silueta de torres mudéjares. Belchite era una joya arquitectónica que emergía de las entrañas de la estepa. Hasta que la bombardearon, la acribillaron, la reventaron, la derrumbaron, la trituraron y la rindieron a esa tierra de la que había nacido.

Del 24 de agosto al 6 de septiembre de 1937, el horror se abatió sobre Belchite. Fue una de las peores masacres de la Guerra Civil española: 6.000 muertos en quince días.

El Ejército republicano quería conquistar Zaragoza para, de paso, aliviar el frente norte, en el que los nacionales, que ya dominaban el País Vasco, avanzaban como una apisonadora hacia Cantabria y Asturias. Pero los republicanos se toparon con una piedra en el camino: Belchite, de casi cuatro mil habitantes, muy bien fortificado, donde se defendían dos mil soldados al mando del teniente coronel San Martín. Durante doce días los republicanos bombardearon y asediaron el pueblo. Dentro de Belchite, en los muros de La Sociedad (el edificio donde se reunían los obreros militantes), los nacionales fusilaron a cientos de vecinos rojos o sospechosos de serlo. El contraataque franquista sólo derribó algunos aviones y no pudo socorrer a los sitiados. Y ya en los primeros días de septiembre las tropas republicanas se colaron en el pueblo.

La batalla se libró calle por calle, esquina por esquina, casa por casa. Una carnicería: los soldados y los vecinos caían por docenas, reventados por las bombas o acribillados por las balas. El 5 de septiembre, los nacionales, acorralados ya en unas pocas manzanas, recibieron la autorización para abandonar el pueblo. Al día siguiente intentaron escaparse pero sólo 300 hombres rompieron el cerco republicano. Y de esos 300, sólo 80 lograron llegar a Zaragoza. A los demás los mataron en las lomas y las llanuras del Campo de Belchite, mientras huían.

Ese mismo 6 de septiembre los republicanos ocuparon definitivamente el pueblo. Pero al final no fue una conquista muy valiosa: la gran ofensiva aragonesa se había estancado en Belchite durante casi dos semanas, habían perdido muchísimas vidas y sólo conquistaron un puñado de posiciones menores, a 25 kilómetros de Zaragoza. El frente aragonés se estancó. En el norte, las tropas nacionales tomaron Cantabria y siguieron imparables hacia Asturias. A los republicanos les quedaban ya muy pocas bazas en la guerra.

Belchite volvió a manos franquistas unos meses más tarde, en marzo de 1938. Y los vencedores decidieron mantener el pueblo en ruinas, lo convirtieron en un icono, pueblo mártir, pueblo arrasado por la barbarie enemiga. “Belchite fue bastión que aguantó la furia rojo-comunista”, proclamó Franco en 1954, al inaugurar el nuevo pueblo que se construyó junto a los escombros del antiguo. “En los frentes de batalla y en las guerras a unos les corresponde ser yunque y a otros maza. Belchite fue yunque, fue el reducto que había de aguantar mientras se desarrollaban las operaciones del norte. Belchite tenía que poner el pecho de sus hijos para que fuese posible la victoria. Y de aquella sangre derramada, de aquel esfuerzo heroico de hombres, mujeres y niños, de ahí nació nuestra victoria”.

Contemplamos las ruinas de la iglesia de San Agustín. Aún tiene una bomba incrustada en la torre. Los arcos de la nave central son costillas que ya sólo sostienen el aire. En la explanada aparece un hombre mayor, con gorra de béisbol y gafas de sol, camiseta sin mangas, pantalón corto y sandalias.

-En esta iglesia comulgué yo. Y aquella pared -señala un muro derruido, al otro lado de la explanada- era mi casa. En aquella esquina cayó una bomba y mató a todas las caballerías. Ahí había otra casa, y ahí dos más -va nombrando y señalando, y donde sólo hay cascotes su memoria va levantando tres dimensiones.

-Yo me llamo Emilio por el primero que murió en Belchite. Mi tío Emilio, que tenía 22 años. Aquí mismo murió.

Emilio viene a recoger los higos que los estorninos aún no han picoteado, en las higueras que crecen entre los escombros.

(Chubí continued)

13 julio 2006

Por el fondo del mar



Como en los casos de las Alpujarras o el delta del Ebro, sigo destripando territorios misteriosos de la infancia: ahora tocan Los Monegros. Es la comarca árida que siempre veíamos de refilón, en un costado de la autopista, cuando viajábamos de vacaciones al Mediterráneo. Y pronunciábamos la locución completa, “el desierto de Los Monegros”, con solemnidad. Porque era el primer y único desierto que veíamos con nuestros ojos y eso daba impresión.

También resultaba un poco decepcionante, porque desde el coche sólo distinguíamos una breve sucesión de colinas terrosas. Nada de dunas de arena ni tuaregs a camello. Pero yo veía en el mapa que detrás de esas colinas, allá dentro, había carreteras y pueblos -Alcubierre, Monegrillo, Sariñena- y me picaba la curiosidad.

Así que tenía un empeño especial por atravesar los Monegros -sólo el nombre ya es áspero- de norte a sur con la vespa, para conocer por fin qué había allí dentro.

En el norte, en las llanuras cercanas a Huesca y Barbastro, en medio de lomas áridas y secarrales se extienden sorprendentes campos verdes: una red de canales y una legión de aspersores permiten cultivar muchas hectáreas de maíz. No estamos aún en Los Monegros, pero el paisaje se va resecando según bajamos hacia el sur.

Aparecen pueblillos como Torres de Alcanadre, de casas bajas y calles amplísimas, tostadas al sol del mediodía. La especie humana parece extinguida, no hay rastro. Tres cigüeñas se adormilan en el nido que han construido sobre un gran depósito de agua y una docena de golondrinas vuelan eléctricas dando vueltas y vueltas a la plaza del pueblo. Y ya.

La contraseña para que los vecinos resuciten son tres bocinazos: los de la furgoneta del pan. Varias señoras salen de los portales en bata de verano y arrastran los pies hasta el vendedor. Todas se saludan y nos saludan. Una se queda con nosotros de cháchara. Por la mañana ha dado un paseo, pero con este bochorno ya no se va a mover de casa en todo el día. Cuenta el mismo blues demográfico que he escuchado en los Ancares, en las Alpujarras, en el Maestrazgo o en los Pirineos: “En el pueblo ya sólo quedamos viejos. En mi juventud, casi todos se fueron a Zaragoza o a Barcelona, porque aquí no había nada que hacer. Labrar con las mulas y punto. Ahora, desde que trajeron el canal, al menos hay agua para campos de maíz y cebada. Pero el agua no llega para todos los que quieren plantar. Y como no llueve...”.

Peralta de Alcofea, Venta de Ballerías, Sariñena. Vamos entrando en el corazón esclerótico de Los Monegros. Del cielo cae un ardor blanquecino que todo lo difumina, un resplandor lechoso que ahoga el paisaje y disuelve los contornos. Por qué llamarán a esto Monegros, si de negro no tiene nada. El paisaje es blanco, tirando a ocre. Son tierras de sal y yeso, de minerales acumulados en el fondo de un viejo mar, donde sólo resisten arbustos esteparios y carrascas tozudas. Toda esta zona de la Depresión del Ebro, una gran fosa tectónica que atraviesa el centro de Aragón, estaba inundada hace millones de años por un mar encerrado entre los Pirineos, la Cordillera Ibérica y la Cordillera Litoral Catalana. Luego las sierras catalanas se abrieron y el mar desaguó hacia el actual Mediterráneo. El viejo lecho marítimo no sufrió más movimientos geológicos y quedó como lo que es hoy: una gran llanura de sedimentos minerales. Por aquí empezó a correr el río Ebro. Y quedaron algunas pequeñas cuencas endorreicas -es decir, cuencas cerradas, sin desagüe- que hoy en día están ocupadas por lagunas como la de Sariñena (una lámina de agua coloreada de verde por las algas) o que ya se secaron y aparecen como salares que sólo se inundan con lluvias esporádicas.

Más al sur se alzan algunas sierras cenicientas, devoradas por la erosión, en cuyos pliegues se cobijan bosquetes de pinos. Y luego más pueblos achicharrados, como Castejón de Monegros, al pie de un castillo especialmente rotundo que vigila la nada. En la entrada a Castejón hay un barrio de casitas blancas alineadas, todas con un pequeño jardín en la parte delantera, con césped, enredaderas, arbustos y arbolitos que dan sombra y frescor. Me recuerda a un kibbutz israelí, de esos en los que cultivan naranjas y tienen campo de fútbol de hierba en pleno Negev: orgullo vegetal en medio del desierto.

Pasamos por encima de la autopista y alcanzamos Bujaraloz -uno de mis topónimos favoritos-, un pueblo atravesado por infinitas caravanas de camiones que circulan por la carretera nacional. Cuando viajamos a Barcelona o al Mediterráneo, Bujaraloz parece una aldeúcha perdida en la nada. Esta vez, cuando llegamos desde la nada, Bujaraloz –varios barrios, iglesia, gasolinera, restaurantes de camioneros- nos parece una metrópoli.

Al sur de Bujaraloz se extiende la cara más terrible de los Monegros: 30 kilómetros de pedregal calcinado. La carretera, derretida y pegajosa, avanza en rectas interminables por una llanura de 360 grados. Es como ir en vespa por la Luna, pero con un calor que funde las pestañas y sin Houston que consuele. Son las cuatro de la tarde de un día de julio: un buen momento para conocer los Monegros en su plenitud desoladora. Nos bajamos para sacar alguna foto de los salares, caminamos por una tierra blandurria que se hunde bajo los pies, y al volver a montarnos en la moto pegamos un salto: después de dos minutos al sol, el asiento negro de la vespa arde como para freír un huevo –o los dos-. Lo rociamos con un poco de agua -el asiento- y marcha.

Más adelante se ven unos cuantos caserones en ruinas, algunos agrupados y otros desperdigados por el desierto. Parece un intento fracasado de colonizar Marte.



Y de pronto la llanura se termina en un escalón abrupto: docenas de metros más abajo se extiende otra planicie socarrada, en la que brilla una amplia cinta de plata que dibuja meandros. Es el Ebro, que fluye con una tristeza viscosa. A su vera hay algún embarcadero, una delgada franja de huertos y varios pueblos agotados por el calor -Cinco Olivas, Sástago, Escatrón-. Luego, por todas partes, el desierto. Para que parezca Egipto sólo faltan las pirámides -a cambio hay una megacentral eléctrica- y cocodrilos en el río.

Visitamos el monasterio cisterciense de Rueda -y no circense, como decía alguno que quizá pensaba en monjes saltimbanquis- y luego subimos con la moto a la meseta abrasada que delimita la vega del Ebro también por el sur. Una vez arriba, impresionados por la aridez y asomados sobre la hondonada del río, me da el punto solemne y anuncio:

-La Depresión del Ebro.

Y Francis remata:

-No me extraña.

12 julio 2006

Testarrudos



Y no es sólo el cartel. Por primera vez en la vida, en esta foto he visto algo que hasta ahora sólo había palpado: la prominencia que asoma en mi hueso occipital. ¡Es el cráneo vasco!

Podría ser un factor importante para explicar este viaje (el "a que no" como motor de la historia).




Pero luego he descubierto a otros pilotos de vespa que, si bien también parecen bastante cromañones y testarrudos, presentan (como veis) un occipucio absolutamente plano y convencional.




Esta hipótesis, pues, tiene algunas lagunas. Seguiré investigando.

(Gracias a eresfea por el hallazgo léxico: testarrudo)

11 julio 2006

Castejón de S.O.S. (2): el misterio de los herreros

En la gasolinera de Castejón de Sos, después de solucionar el primer apuro del día, descubrimos que el cajón de la moto estaba medio colgando. Tremendo susto. La parrilla que sostiene el cajón se había partido tras 10.000 kilómetros de soportar peso y traqueteos.




Ante esta clase de apuros hay dos opciones: 1) agobiarse mucho, correr de aquí para allá como si hubiera un incendio, pedir ayuda con apremios y súplicas, enfadarse con el compañero y dar patadas a las farolas; o 2) sentarse a desayunar café con tostadas. A mí me va más esta segunda opción. Entramos en un bar de Castejón, tomamos café con tostadas, leímos los diarios y pedimos consejo al camarero.

-Si seguís cinco kilómetros hacia Benasque, encontraréis una nave industrial. Allí hay dos hermanos herreros. A ver si os pueden ayudar, que suelen andar siempre con mucho trabajo.

Mientras el camarero hablaba, vi que uno de los obreros sentados junto a la barra sonreía y meneaba la cabeza. Le pregunté si creía que los herreros no nos iban a atender.

-Me juego lo que quieras a que no. Uno de los hermanos anda con un collarín y no puede trabajar. El otro está hasta arriba de curro. Y son bastante especiales.
-¿Especiales?
-Son muy buenos, unos artistas -dijo el camarero-, pero ya se sabe, estos medio genios siempre son un poco raros. Pero yo creo que os echará una mano.
-A que no -insistía el obrero pesimista-, juégate algo. Que esos tíos son muy especiales, ya lo veréis.

Arrancamos la moto, con el cajón medio colgando, temerosos de que el herrero nos rechazara. Y yo me acordé de la misteriosa fama que tienen los herreros en algunos sitios de África. En Yibuti todos los nómadas llevan una daga en la cintura, pero de su fabricación sólo se encargan los migdan, una casta de herreros somalíes a los que tradicionalmente se marginaba (y se temía). Eran los raros, los misteriosos. Alguna vez leí (creo que a Kapuscinski) que el motivo de ese temor reverencial, que se repite en unos cuantos pueblos africanos, es que los herreros dominan la materia, la transforman, y ese poder los convierte en una especie de brujos. Supongo que serían como los fontaneros de hoy en día: un gremio de seres superiores, a quienes acudimos suplicantes para que nos concedan un instante de su tiempo y ejerzan sus misteriosos poderes en nuestras casas, una casta a la que odiamos tanto como tememos.

Sin embargo, el herrero era un chaval muy majete. Cuando le conté el problema, me dio una respuesta de apariencia borde ("pues esto no es un taller de motos") que no encajaba con su media sonrisa. Se ve que al menos tenía que hacerse el remolón, así era el rito. Le hice la pelota descaradamente:

-En Castejón me han dicho dos cosas: que siempre andáis con mucho trabajo y que sois muy buenos.

El herrero se rió:

-Pues te han dicho bien.

Su única condición fue que debíamos desmontar la parrilla nosotros, porque él tenía mucho trabajo y, evidentemente, no iba a ponerse a soldar la parrilla junto al depósito de gasolina de la moto.

Desatornillamos la parrilla, el tío la soldó en un pispás y la volvimos a montar. Nos dijo lo que ya sabíamos: que llevábamos demasiado peso (es el problema de viajar dos y cargar todo el equipaje atrás) y que la parrilla se volvería a partir. Pero para cuatro días que nos quedaba de viaje no habría problema, en su opininón.

-¿Qué te debemos?

Parecía que le daba apuro cobrarnos por esa chapucilla. Y nos contestó entre dientes.

-Bah, dame cinco euros.

Le dimos diez y salimos con la vespa, felices y contentos.



Ese día recorrimos 160 kilómetros por unos valles perdidos de la comarca del Sobrarbe (Huesca). Y al final de la etapa, cuando ya buscábamos un lugar entre trigales para poner la tienda de campaña, noté que la vespa culeaba mucho en las curvas. Paré, pensando que la rueda trasera estaría deshinchada. Y antes de que pudiera bajarme, el cajón se inclinó unos cuantos grados y se quedó medio colgando de la moto: la parrilla se había partido otra vez.

La desatornillamos, aparcamos la moto -y el cajón- en el trigal, pusimos la tienda y nos quedamos a dormir.

Al día siguiente salí a buscar ayuda con la vespa y en una granja de vacas encontré a Ángel (de la guarda), un hombre amabilísimo que se acercó con su furgoneta hasta el trigal, cargó el cajón y se lo llevó a su almacén. Allí lo dejamos, visto que la parrilla ya no tenía remedio. Sin el cajón ya no podíamos llevar ni la tienda, ni los sacos, ni el hornillo ni casi nada, y estuvimos a punto de suspender el final del viaje y regresar directos de Huesca a San Sebastián. Pero decidimos meter un poco de ropa en una mochila y tirar un par de días más, hacia los Monegros y Belchite, para no quedarnos con las ganas. Francis se puso la matrícula de la moto en la parte trasera de la mochila, y road and blanket.

El pueblo más cercano al trigal en el que definitivamente se partió la parrilla se llamaba Bespén. Pudo haber sido Vespend, pero no. Todavía quedan un par de etapas que os contaré en el blog.



Y todavía tengo que ir un día de estos a Huesca con mi furgoneta, a la granja de vacas de Ángel, a recuperar el cajón y los trastos que allí dejamos.

10 julio 2006

Castejón de S.O.S. (1): dame gasolina



Prometí contaros por qué no conviene apoyar una vespa en un pino. La cuestión no es que sea pino, eucalipto, roble, cactus o bonsái: el problema es el ángulo en que queda la moto.

Tras despegarnos del hombre más pelma del Pirineo, recorrimos una de las etapas más bonitas de Vespaña, 250 kilómetros al pie de la cordillera: los valles amplios de la Cerdanya y de Urgell, la subida sinuosa por el Col del Cantó, los pueblecitos de piedra y pizarra en los que se repite la misma historia de despoblación que en casi todas las zonas rurales de España (la gente emigró a las ciudades hace cuarenta años y hoy sólo quedan cuatro viejos que permanecieron en la aldea o que han vuelto tras la jubilación, viejos amables que escuchan con un deje escéptico y resignado la admiración un poco lela de los turistas que alabamos la belleza del lugar y esto y lo otro), el valle encajonado y las aguas bravas del Noguera Pallaresa, la subida al col de la Bonaigua (la ascensión más espectacular de todo el viaje, entre bosques, cascadas, rasos y cumbres que rozan los 3.000 metros, un paraje que deja la mandíbula colgando), el descenso por el extravagante valle de Arán, la travesía heladora del túnel de Vielha.

Al final de esta etapa entramos en la provincia de Huesca y plantamos la tienda de campaña en un pinar del Collado de Fadas (1.470 metros). Como no encontramos una superficie plana como para aparcar la moto sin miedo a que se cayera, decidimos apoyarla contra un pino, levemente inclinada.



Levemente, eso pensaba yo. Pero resulta que estaba suficientemente inclinada como para que, durante la noche, el litro y pico de gasolina que debía de quedar en el depósito se fuera desbordando (aún no sé por dónde se escapa esa gasolina, pero ya sabía que existía ese riesgo: cada vez que se me ha caído la moto luego me costaba bastante arrancarla, porque la gasolina se mueve de aquí p'allá. Ya me lo explicará algún experto). Total, que por la mañana en el depósito quedaban tres gotas de combustible y estábamos quietoparados en un pinar de una sierra prepirenaica. Pero con una gran suerte: desde el Collado de Fadas sólo teníamos que bajar diez kilómetros hasta el pueblo más cercano, Castejón de Sos, y como todo era cuesta abajo no nos hizo falta ni arrancar la moto.

Con la vespa reseca, en la gasolinera de Castejón batí el récord de litros repostados: 7,18. Nunca había pasado de 6,80. Y cuando volví a la moto después de pagar, vi en la silueta de la vespa una anomalía que nos dio un susto gordo y que hizo que Castejón de Sos haya pasado a la historia de Vespaña como Castejón de S.O.S.

(Chubí continued)

07 julio 2006

Chaparrón fuera y chaparrón dentro



El último comentario véspico lo escribí en Olot, mientras esperábamos a que escampase una tormenta de verano. Pues bien, escampó, salimos a la carretera bajo unas nubes negras negrísimas nigérrimas y, como era de esperar, volvió a caernos un chaparrón furioso en Ripoll. El día no estaba para poner la tienda de campaña, así que reservamos por teléfono una habitación en un hostal de montaña, cerca de la estación de esquí de La Molina, allá en las alturas, 50 kilómetros más adelante. Nos tragamos unos buenos kilómetros temblando de frío bajo la lluvia -en esos casos no hay nada mejor que ponerse a cantar a gritos y reírse de la propia estampa, yuju, yuju- pero no sabíamos que el peor chaparrón iba a caernos bajo techo.

Éramos los únicos huéspedes en el hostal-refugio: dos moscas en la tela de araña del hombre más pelma del Pirineo. Este hombre, el dueño del hostal, era un tipo enrollado, partidario del trato informal y amistoso con los clientes, oye, ayudadme a traer los platos a la cocina, oye, que yo prefiero que traigáis el saco de dormir o me paguéis el uso de sábanas porque no voy a andar haciendo camas. Y todo eso habría sido estupendo si luego no nos hubiera cobrado la estancia a precio de hotelito o si no hubiera aprovechado la coyuntura para meternos una paliza de tres horas.

Empezamos a cenar a las nueve, los tres en la misma mesa. El hombre tomó la palabra y ya no la soltó hasta la medianoche. Primero nos contó, paso a paso, cómo negoció con los anteriores dueños para comprar el refugio. Luego desgranó todos los problemas y conflictos que había tenido con diversos empleados en los últimos diez años, con una indignación creciente. Tras un silencio engañoso llegó la fase más íntima, en la que nos precisó los detalles y las razones de su divorcio, los posteriores jaleos inmobiliarios, la buena relación con su hijo, el rebote por el que había conseguido una millonada al vender un piso, los chanchullos fiscales para redondear la jugada ("yo no soy un especulador, sólo lo he hecho esta vez porque el dinero me venía bien"), sus nuevas aventuras amorosas con una mujer que le quería hacer cambiar el color de los manteles porque daban malas energías. Luego nos explicó mes a mes las reformas que había hecho en el edificio.

Y entonces empezó lo peor: nos llevó al ordenador para enseñarnos las fotos de aquellas obras. Después de admirar durante un cuarto de hora cómo él y sus amigos derribaban tabiques, colocaban vigas y montaban suelos, estuve a punto de perder el conocimiento cuando dijo ¡ah, espera, que en esta carpeta están las fotos de cuando hicimos la instalación eléctrica! Y ya, lanzados en la vorágine, saltando de carpeta a carpeta, vimos las fotos de sus vacaciones en Eslovaquia, de las excursiones alpinas con su hijo, de sus descensos en kayak, de su vieja furgoneta. Luego entró en internet para enseñarnos una página en la que se puede ver en tiempo real el desarrollo de tormentas, ciclones y tifones en todo el planeta (en ese momento deseé que un buen huracán cayera sobre nosotros, pero no hubo suerte). Supimos que había tormentas gordas en México y Australia. Conocimos las temperaturas de las principales ciudades escandinavas.

En pleno delirio, el hombre nos habló del cambio climático, del tsunami indonesio y de Bush (no recuerdo bien la teoría, aquellos momentos están bastante brumosos en mi memoria, pero sé que las tres cosas estaban relacionadas y la culpa era de Bush). No me preguntéis cómo era la transición entre temas, pero recuerdo que de repente el hombre nos explicaba los motivos por los que el fax era una herramienta desfasada. Y al final, el bombazo de la noche, nos reveló que el calendario azteca prevé un cataclismo para el año 2012. Él tenía sus hipótesis: creía que ese cataclismo podría consistir en que los polos magnéticos de la Tierra cambiarían de lugar de repente. Entonces se alterarían las corrientes oceánicas en las costas de Labrador y, claro, Inglaterra se congelaría.

Al despedirnos por la mañana siguiente nos dijo que le había encantado conversar con nosotros. Francis y yo le deseamos suerte para que le llegaran clientes -y en voz baja: que sea una excursión de sordos.

06 julio 2006

Vueltaspaña cumplida



Le he dado la vuelta a España, con perdón. Después de 10.300 kilómetros en casi dos meses (con Francis a bordo en estas últimas ocho etapas), acabamos de asomarnos a la bahía de La Concha -por algo comparto genes con las kiskillas de Ondarreta-. Pero esto no significa que Vespaña haya terminado, o eso creo: me queda la espinita de recorrer Soria y La Rioja. Espero hacerlo más adelante, dentro de unas semanas o ya a finales de verano.

En realidad planeábamos llegar a Donosti el viernes o el sábado, pero hemos adelantado el regreso un par de días por una incidencia en la ruta, felizmente solucionada. La contaré con detalle en los próximos días, pero por ahora os dejo esta foto, que da las pistas para saber lo que ocurrió (si pincháis en la imagen, se ampliará).

Como el blog ha vuelto a perder mucho terreno (se quedó en Olot, hace 1.000 kilómetros), en los próximos días también iré contando las andanzas, los encuentros y las visitas de este tramo final. Tendremos tormentas en valles pirenaicos, una velada con el hombre más pelmazo de España, la inconveniencia de apoyar la vespa contra un pino, una indagación sobre el aura misteriosa de los herreros, un recorrido en vespa por el fondo de un mar muy antiguo y un tremendo paseo entre escombros con el único hombre que queda vivo entre los que hicieron entera la batalla del Ebro entre julio y noviembre de 1938. Ésta es mi oferta de contenidos para los próximos días, en los que se irá acabando el Mundial, el Tour a este paso lo ganará Florinda Chico y los demás eventos también se irán secando al sol.

01 julio 2006

¡Atrapados en el volcán!

Una expedición del equipo de Al filo de lo imposible pretendía atravesar Groenlandia a bordo de una especie de catamarán impulsado por una cometa. En aquellos días Marca sacó un titular gigante que decía: ¡Atrapados en Groenlandia! Uno esperaba el relato angustioso de una tragedia, la historia de unos expedicionarios atascados en el hielo, sorteando a quién comerse. Al final, el lector pasaba las páginas con ansia y descubría que, por culpa del mal tiempo, los expedicionarios aún no habían podido salir del hotel. Pues nosotros igual: estamos en la recepción de un hostal de Olot (Girona), esperando a que escampe, después de una jornada caminando por los volcanes -apagados pero no muertos- de esta zona.

Toda la gente del pueblo con la que hemos hablado a lo largo del día se quejaba de que llevaba un par de meses sin llover. Tremenda sequía. Mustias campiñas. Bosques acartonados. Esta tarde han llegado desde el Pirineo unos nubarrones que parecían rellenos de petróleo y ha reventado una tormenta muy teatral, bum barrabúm chispún. Pero la gente sigue quejándose. "Esta lluvia sólo sirve para molestar", dice el señor que atiende la recepción, "la tierra ni se cala y la gente se fastidia". Entran dos señoras catalano-andaluzas: "¡Qué cuatro gotas cochinas!".

Por la mañana hemos paseado con un biólogo llamado Jordi por el volcán de Montolivet, en pleno casco de Olot, desde el que se se abre una panorámica de la comarca volcánica de la Garrotxa. Jordi nos ha explicado la historia geológica del paisaje, un asunto muy interesante de erupciones, coladas de lava, ríos que se atascan y buscan nuevos caminos, 18 lagos que aparecen y desaparecen a lo largo de miles de años. Estos volcanes (unos 40) son los más jóvenes de la Península Ibérica y los que mejor se conservan. Uno de ellos, el Croscat, nació hace 11.500 años (un chaval, en términos geológicos). Y según Jordi, la zona está dormida pero no muerta, así que de aquí a dos o cuatro mil años habrá nuevas erupciones. Quizá para celebrar el primer triunfo de España en el Mundial.

POr la tarde hemos caminado por el Croscat, el volcán más vistoso porque está abierto como un queso: las extracciones mineras lo destriparon hasta hace unos 30 años, cuando la gente de la comarca protestó y se decidió proteger el volcán antes de que se lo comieran entero. Ahora es un espectáculo, un volcán abierto en canal, con todos los estratos y las capas negras, ocres o rojas que muestran su biografía (todas las erupciones que sufrió, más o menos violentas, expulsando materia más o menos triturada, basalto negro, hierro oxidado, carbonatos...). Como no podemos colgar fotos del volcán (este ordenador es de cuando la última erupción), el que quiera verlo deberá buscar Croscat en google. También lamentamos especialmente no poder colgar las fotos de los picotazos que sufrió Francis (estas no las veréis en google).

Ya parece que escampa. Francis lee a Rafael Azcona. A ver si salimos hacia Ripoll y Ribas de Fesser. El señor de la recepción bufa: "Buh, no ha llovido nada".

29 junio 2006

Paseo por Girona

Primera noche de Francis en Vespaña, con entretenidos acontecimientos. Plantamos la tienda de campaña junto a la ermita de Sant Grau, cerca de Tossa del Mar (costa de Girona), cinco kilómetros monte arriba, en pleno bosque mediterráneo. Y nos devoraron unos mosquitos con fruición transilvana. Esta mañana nuestras pieles parecían el maillot de rey de la montaña, pero con doble dosis de eufemiano. Ahora sí que parecemos los dos de la foto del comentario anterior, rasca que te rasca.

Y esta misma mañana, justo al día siguiente de dejar en el apartamento de mis padres las gafas de sol graduadas (por quitar un trasto, ya que apenas las había utilizado en todo el viaje), justo al día siguiente, y por primera vez en los 19 años que llevo con cuatro ojos, me he sentado encima de las gafas y he roto un cristal y una patilla, cris cras. Como no llevaba las gafas de repuesto (total pa qué, pensé hace 24 horas), he llegado a Girona capital con las gafas atadas con cinta adhesiva y con cataratas provisionales en el ojo izquierdo. Por suerte y por 69,30 euros, una diligente óptica me ha puesto un cristal nuevo en menos de una hora. Y ya salgo con los ojos nuevos y limpios, como dicen que debe ir un viajero (y con la cinta adhesiva sosteniendo la patilla izquierda: el toque épico).

Girona es preciosa, con sus casas de colorines asomadas al río Onyar, con su gigantesca y bastante amorfa catedral, con sus callejuelas del barrio judío, con sus ramblas custodiadas por arcos, con un restaurante situado en esos arcos que podría optar al premio al peor nombre comercial del planeta: Restaurante La Arcada. Uaghf.

Y en los baños árabes -que en realidad son románicos, de 1194, pero inspirados en los baños moros-, los adultos nos paseamos de una sala a otra, admirados, oh, ah, apodyterium, frigidarium, tepidarium, caldarium, qué bonito, oh, ah. Y nos da gustito ver estas ruinas, son unas ruinas como Dios manda, y no esperamos nada más ni echamos de menos ninguna cosa, son unas buenas ruinas. Incluso leemos con arrobo los versos de Machado en una de las salas: "Las más hondas palabras / del sabio nos enseñan / lo que el silbar del viento cuando sopla / o el sonar de las aguas cuando ruedan". Oh, ah, el agua cuando rueda, qué hermoso. Pero somos incapaces de ver lo más obvio, la ausencia del elemento que da sentido a este edificio, algo que sólo un niño ha sabido ver:

-Papá, ¿pero aquí dónde está el agua?

27 junio 2006

Recinto controlado


Francis se sube a Vespaña para el último tramo del viaje, a partir de mañana. Antes de arrancar he vuelto a pedirle que me corte el pelo (foto), porque ya han pasado un par de meses de aquella Peluquería Pavlov. El plan, como siempre, sólo es un trazo grueso: hacia Gerona, Costa Brava, volcanes de La Garrotxa, valle de Arán, Boí-Taull, Prepirineo oscense, Monegros, Belchite, Moncayo… ¿Soria, La Rioja, Álava y pa casa?

Como el blog ha estado un poco esclerótico estos últimos días, os cuento algunas curiosidades que he encontrado en el regreso a Tarragona.

La primera, leída en los periódicos: el pasado sábado cierto evento dejó en Cataluña un saldo de 325 heridos. Concretamente, 111 personas con quemaduras leves, 20 con quemaduras graves, 61 con lesiones o amputaciones traumáticas y 133 con daños oculares. No, no hubo ningún atentado de Al Qaeda en el metro: son los datos de los ingresos hospitalarios tras la verbena de San Juan. Y son datos rutinarios, una de esas “previsiones” que están marcadas en el calendario de los periodistas, la noticia estadística que se repite todos los años. El año pasado sólo hubo 212 heridos.

No me gustan nada, pero nada de nada, estas fiestas mediterráneas de petardazos, tracas y fuegos. El estruendo me pone de mala leche. Hace unos años estaba en Portbou con Josema y coincidimos con las fiestas de un barrio, a petardazo limpio toda la tarde. Cuando iban a encender una traca que recorría la calle principal, colgada a tres metros de altura, le dije a Josema que yo me iba, que me escondía. No me dio tiempo. Encendieron la traca, el fuego corrió por el aire hacia nosotros a mil por hora, una ola de chispazos pasó sobre nuestras cabezas y mi flamante camiseta quedó agujereada por unos cuantos quemotes. Lo peor fue el ataque de risa incontrolable que le dio a Josema -cuya ropa estaba intacta- cuando vio mi cara de macaco furioso.

Hablando de mala leche: llevo tres días desayunando con una marca de leche entre cuyas propiedades figura la de “ayudar al crecimiento de generaciones de catalanes”. A mí, por ahora, no me ha crecido ninguna. Tampoco noto que se me haya activado el gen de la atracción por la butifarra. Si noto alguna transformación, lo contaré.

Y mi historia favorita es la del éxito empresarial del gitano que vigilaba la urbanización donde está el apartamento de mis padres. La urbanización queda en tierra de nadie, en un descampado, a dos kilómetros de la costa y a dos kilómetros del pueblo más cercano. Sólo hay algunos apartamentos construidos, ni bares ni tiendas ni nada, y, alrededor, unas cuantas zonas en obras –más casas, calles, piscinas, todo en obras-. El año pasado Francis y yo llegamos a la urbanización después de un recorrido por Guadalajara, Cuenca y Teruel. Planeamos aparcar en la zona y dormir en la furgoneta con la que viajábamos, sin avisar a mis padres. Queríamos aparecer por sorpresa a la mañana siguiente. Pero entonces llegó un coche a toda pastilla, derrapó y se paró a nuestro lado. El conductor era un gitano orondo –orondo porque era gordo y porque llevaba oro colgando por todas partes- que nos preguntó quiénes éramos, adónde íbamos, qué hacíamos allí. Como nuestra historia era un poco extraña, nos invitó con mucha amabilidad a que sacáramos la furgoneta del recinto. A nosotros nos daba igual pasar la noche cien metros más allá o más acá. Y el gitano decía: “Comprendedme, es que yo me encargo de la seguridad. Estoy en contacto con la Guardia Municipal y con la Guardia Civil”. Lo de “estar en contacto” me pareció de una ambigüedad calculada y excelente, porque también podría decirse que El Vaquilla o El Lute estaban “en contacto” con la Guardia Civil. Al final dormimos cien metros más allá, fuera de su jurisdicción.

Parece ser que estos “vigilantes”, de abundantes contactos con el submundo de la costa mediterránea, cobran un dinerillo de las empresas constructoras para garantizar que nadie robará materiales ni estropeará las obras. En los siguientes días veíamos al gitano orondo con su roulot-cuartel general en una esquina de la urbanización, comandando, como buen Torrente, a una escuadrilla de adolescentes con los que mataba el tiempo organizando competiciones de videojuegos. Nos saludaba desde lejos, sonriente.

Ahora, al volver a Tarragona, descubro que nuestro Torrente ha prosperado: ya no está él en persona, quizá porque tiene que encargarse de la vigilancia de unas cuantas urbanizaciones, y en su lugar hay un chico sudamericano, quizá subcontratado, lánguido, aburrido, que pasa las horas sentado en una acera, vestido siempre con un chaleco reflectante a modo de uniforme y señal de autoridad. Y en la roulot del gitano hay un cartelón que dice (que advierte): “Recinto Controlado Vargas Cortés”.

23 junio 2006

Pausa para colgar retratos

He interrumpido el viaje unos días porque mañana, sábado, tengo una boda en Olite. Dejé la vespa aparcada en Tarragona, vine en bus a Donosti -qué extraña sensación, recorrer tantos kilómetros sin acelerar ni embragar, con un chófer que me llevaba plácidamente- y volveré a por la moto el domingo, para reanudar el viaje y rematar la vuelta a España si todo va bien.

Aprovecho estos días de pausa en Donosti para colgar las fotos de las buenas y pacientes personas que me han soportado, atendido, alimentado y cobijado en algunas de las 43 etapas que Vespaña ha recorrido hasta el momento. Esas paradas, con sus paseos, charlas y sobremesas, han sido algunos de los mejores momentos del viaje. Los he disfrutado y además me han servido para cargar pilas y seguir ruta con ganas renovadas. Como no quería saturar el blog con un montón de fotos, he abierto un blog paralelo para colgar esas imágenes de las visitas de Vespaña: Fotos de Vespaña. Lo malo es que no tengo fotos de algunos de los anfitriones (Jesús y Asun en Granada, Eduardo y Teresa en Alcoy, por ejemplo). Y lo bueno es que a estas alturas ya he olvidado quiénes me dijeron que no publicara su foto en el blog, así que allá van todas.

Y a partir del lunes la vespa arranca de nuevo para terminar de recorrer Cataluña y meterse después por Aragón.

20 junio 2006

Por qué me he quedado tantos días en Tarragona






Estoy muy orgulloso de estas fotos (reto a los diez mejores fotógrafos del mundo a que intenten una representación mejor del concepto "satisfacción"). Estoy tan orgulloso que me da pena tener que añadirles un poco de texto. Pero quizá os interesen algunas explicaciones.

Paré unos días en la costa sur de Tarragona porque mis padres estaban en el apartamento que tienen allí. En realidad, mi madre -a quien no es difícil reconocer entre los comentaristas más asiduos y más entusiastas de este blog- había tenido que volver al trabajo por un asunto urgente, de modo que cuando llegué a Tarragona sólo estaba mi padre. Dos días después celebramos su 59º cumpleaños (aunque, como veis en la primera foto, se podría decir que cada langosta le rejuvenece una década). El otro comensal de la segunda foto es el colega Burton, compañero de aventuras de mi padre, que había llegado la víspera. Son dos prejubilados sabios: el día que no comen langosta comen mejillones, salmón marinado, berberechos, costillas o entrecot. Las paellas llevan cigalas, langostinos, almejas y mejillones -si alguna vez queréis ver cómo ponen cara de alarma, servidles una paella con pollo o con chorizo, o llevadles a comer a un chino, ya veréis qué susto-.

Podría decir que si las playas de la Costa Dorada, que si el tibio Mediterráneo, que si el delta del Ebro, que si la Tarragona romana, que si la excursión a Montserrat. Pero para qué nos vamos a engañar. Las razones por las que me quedé una semanita en Tarragona tienen patitas, bigotillos o valvas.

18 junio 2006

Ya están aquí




Mientras tengamos amigos con un puntito de chaladura, estaremos salvados de muchos males.

Josema y Gari decidieron subirse a la moto y hacerme una visita sobre la marcha. Como salían de trabajar el viernes por la tarde, quedamos en que esa noche yo buscaría un sitio para acampar cerca de la sierra de Montserrat y que ellos llegarían entre las doce y la una de la noche. El viaje en moto desde Donosti -¡500 kms!- se les complicó, y a las once y media llamaron para decirme que estaban todavía muy lejos y que me durmiera, que ya quedaríamos por la mañana siguiente. Yo ya había puesto la tienda y la vespa en un pinar del Coll del Bruc y por si acaso les di las instrucciones para que me encontraran.

Me quedé frito. Hasta que a las tres de la mañana me despertaron la luz de un foco, el ruido de un motor y unas voces. Asomé la cabeza por la cremallera de la tienda y vi que en medio del pinar dos astronautas se partían de risa y cantaban ¡ves-pa-ña, ves-pa-ña!

Pasamos el sábado en Montserrat. Subimos al Sant Jeroni (1.236 metros), el techo de este macizo tan estupefaciente, territorio de apariciones, leyendas, avistamientos de ovnis, abducciones alienígenas y puertas a otros universos. La explicación geológica: ríos que hace millones de años depositan sedimentos en el fondo del mar, tierras que emergen de las aguas y erosión que modela las rocas de conglomerado hasta crear agujas, torres, domos, cuevas, galerías.

Esta explicación puede resultar sosa para mentes anhelantes de magias y misterios terribles. Decía Chatwin -el de los chispazos geniales y los puzzles que siempre le terminaban encajando, aunque fuera a martillazos, que ya ha pasado por aquí dos veces y ya vale-, decía Chatwin que las drogas son para quienes han olvidado caminar. Después de trepar por los parajes de Montserrat, yo pensaba añadir que los chutes sobrenaturales son para quienes han perdido la fascinación por lo natural. Pero después de recordar la aparición de Gari y Josema y las horas que pasé con ellos, debo admitir que hay cosas que escapan a la razón científica.

16 junio 2006

Cataluña insólita, no te jode



El delta del Ebro es una de esas joyas mediterráneas acorraladas entre el hormigón que ahoga la costa. Y para mí será siempre una zona medio mágica, porque guardo un recuerdo infantil de los que se graban para siempre o hasta que las neuronas empiecen a patinar: en los arenales del delta del Ebro vi por primera vez unos espejismos. ¡Coches surcando el cielo boca abajo!

He visitado el delta unas cuantas veces pero su aparición siempre asombra: uno va por la línea de la costa, más o menos rectilínea, y de pronto aparece una protuberancia con forma de flecha que se adentra en el mar, una gran llanura alfombrada de verde. Son 320 kilómetros cuadrados que no superan el metro de altura (hay una duna que alcanza cinco metros, máxima altitud, así que cuando se derritan los polos un poco más, adiós delta). Además, es un paisaje relativamente reciente: dicen que hace cinco o seis siglos deforestaron los Monegros para construir barcos -ahora un desierto aragonés, antes un bosque- y que, sin árboles, la erosión fue brutal. El Ebro acarreaba millones de toneladas de materiales todos los años y así fue creciendo esta lengua verde y fértil.

En el delta hay lagunas, salares, dunas, cañaverales, carrizales, playas infinitas. Es un paraíso para las aves (yo sé distinguir flamencos, patos, golondrinas, garzas y poco más; a partir de ahí, sabría diferenciar una focha de un eucalipto si me los ponen juntos, pero sólo si me los ponen juntos). Pero tres cuartas partes del delta están cubiertas por una moqueta verde: los arrozales.

Una red de canales y acequias inunda los arrozales con agua del Ebro. Pero, ojo, no toman el agua del Ebro que pasa por el delta (porque en ese punto el río lleva un metro de agua dulce y debajo seis metros de agua salada, el mar sube hasta 30 kilómetros tierra adentro). El agua para los arrozales la sacan del Ebro pero 50 kilómetros río arriba, a la altura de los pueblos de Xerta y Vinyent, de donde salen un gran canal de agua dulce por la margen derecha del Ebro y otro por la izquierda. Avanzan en paralelo al río, pero sin contaminarse de agua salada, y llegan a los arrozales.

Encontré a dos hombres metidos en un arrozal hasta las pantorrillas, con plantas en la mano y agachándose a cada paso. Les pregunté qué hacían. "Replantar el arroz en zonas donde no ha prendido bien. Ya ves que aquí hay más charco que verde: eso quiere decir que la planta no ha agarrado bien. La cosecha es larga, da tiempo a replantar. Pero, la verdad, lo hacemos para que quede bonito. Porque da pena ver toda esta zona encharcada, sólo con agua. Todo esto lo hacemos a mano, artesanal, casi igual que hace siglos. Por eso en Barcelona dicen que somos la Cataluña insólita. Cataluña insólita, no te jode. Parece que dicen esas tonterías para que nos conformemos, pero en vez de decir tonterías deberían mandar dinero para arreglar las playas, que ya verás que está todo hecho un asco [cierto: en la playa de la Marquesa y la punta del Fangar se extendía una hilera de basuras arrojadas por el mar durante varios kilómetros]".

Les pregunté por aquel experto agrónomo chino que vino hace unos meses a analizar el famoso arroz del delta y que dijo que, a pesar de su fama, tenía una calidad mediocre. El asunto les toca un poco las narices a los locales, evidentemente. "Bah, el chino dichoso. El arroz de aquí es el mejor de España, y el que más rendimiento da. En la Albufera de Valencia cultivan todos los arrozales con las mismas aguas, pero aquí el Ebro las va renovando constantemente y sale mejor grano. El chino qué sabra. Sabrá comer arroz".

Sin entrar en la polémica, una cosa es cierta: si una civilización de cinco mil años considera que "tres delicias" son jamón york, guisantes y pedacitos de tortilla, algo cojea.

(Estoy en Tarraco -ciudad que, por cierto, empezó su esplendor gracias a las concesiones legales de Vespasiano, y a pesar de eso no me hacen descuentos-. Esta noche me llega una visita sobre la marcha: Gari I. y Josema vienen en moto a Cataluña. Si todo va bien, quedaremos a medianoche cerca de Montserrat y mañana daremos un paseo por esas montañas tan raras).

14 junio 2006

Cuatro viajeros





El interior de Tarragona también es un paraíso replegado: sierras y gargantas, bosques de encinas, pinos y castaños, olivares y viñedos, masías y monasterios fortificados. Esta mañana, en una carreteruela de las montañas de Prades me he topado con Steven, un suizo que hace dos años salió de su país, a pie y con el burro grande de la foto. En Francia decidió comprar el carrito para llevar el equipaje y un segundo burro, el pequeño, el de los patucos, para ampliar la plantilla. El perro se lo regalaron en una aldea. Al principio los burros le daban bastante guerra, porque no querían caminar, pero ahora los cuatro se llevan muy bien. Recorren 15 kilómetros diarios, 20 como mucho. Calculan que hoy debe de ser 10 de junio o algo así (no van mal: es 14) y esperan llegar a Gibraltar en noviembre.

De mayor quiero ser como Steven, para aprender a viajar (y a vivir) cada vez más despacio y con menos cosas y menos necesidades.

(En la foto hay un detalle que Erri-Berri no pasará por alto).

13 junio 2006

La huella de los kilómetros

Después de 37 etapas y 7.700 kilómetros (incluyendo el bucle navarro), éstas son algunas de las huellas que el viaje ha grabado en la moto, en la indumentaria y en la piel.








1. Zapatillas. Han estado 32 días consecutivos en mis pies, austeridad obliga. No sé si tirarlas a la basura o donarlas al Museo de la Ciencia. Un microbiólogo como los de Riotinto podría encontrar en ellas restos de tierrillas, pringues y bichejos de toda España. Por eso mismo, también pueden servir como prueba, fetiche o icono de la unidad nacional: ya veo a las zapatillas dentro de una vitrina, sacadas en procesión y veneradas por masas jimenelosánticas que coreen eso de "¡España una, y no cincuenta y una!". Si recibo buenas ofertas, puedo cederlas para que sustituyan al toro de Osborne como icono nacional. A ver si vamos a empezar ahora con escrúpulos.

2. Moreno agromán. Desde esta misma mañana he comenzado el proceso de equilibrio cromático cutáneo (o sea, me he tumbado en una semidesierta cala tarraconense a leer el periódico y a que el sol me iguale, para no parecer un anuncio de helados de nata y chocolate).

3. Asimetría en la vespa. Como veréis, falta el espejito derecho. La moto tiene una notable tendencia derechista (las cuatro veces que se ha ido al suelo -por suerte, todas sin que estuviera yo encima- ha caído a la derecha). El espejo lo perdí después de que la moto se me cayera en la irregularmente empedrada Plaza Mayor de Cáceres, mea culpa por apoyarla mal.

Y veréis que la viserita de plástico que protege el manillar está partido, como si le faltara un diente. Esta vez la culpa fue de un ruso, que anteayer me tiró la moto al tocarla con su coche en una gasolinera castellonense, mientras yo pagaba. Salí corriendo, el ruso intentaba levantar la moto y entre las dos la enderezamos. Eché un vistazo y vi que esa viserita estaba partida. La mujer del ruso chillaba como un papagayo: "¡Eso estaba roto antes, estaba roto antes!". La tecnología digital me ofreció un gran momento victorioso. Saqué la cámara y enseñé a la mujer una foto de la vespa en los desfiladeros del río Mijares. "Mire, señora, este lugar está a 10 kms de aquí, ¿lo conoce?, pues la foto es de hace un cuarto de hora, y mire, la visera estaba completa". Mientras tanto, el marido, que era un tipo amable y legal, encontró en el suelo el pedazo de plástico roto de la visera. Ante las pruebas, la señora se calló y se metió en el coche. El ruso me preguntó si quería que arregláramos el asunto con el seguro o simplemente con dinero. Le dije que no hacía falta complicarse mucho, pero que yo no sabía cuánto me podía costar reparar la pieza. "¿Te doy dinero?". "Bueno, no sé, dame 20 euros y ya está". El ruso me dio 20 euros y me ofreció su número de teléfono por si la reparación me costaba más, pero le dije que no hacía falta. Nos estrechamos la mano y punto. Tengo curiosidad por saber cuánto me costará el asunto (¿abrimos una porra?) pero casi prefiero que sea un poco más de 20 euros que un poco menos, porque el ruso, qué le vamos a hacer, me cayó muy bien y el pobre tenía una mujer histérica y egoísta.

12 junio 2006

Mediterráneo exprés



Para que el blog alcance a la vespa (que ya está descansando en Tarragona), estrujaré unos cientos de kilómetros en pocas líneas, los que van desde Almería y el cabo de Gata hasta la costa sur tarraconense.

Del cabo de Gata es mejor enseñar fotos, pero os diré que es un paisaje tan magnético (¿preferís telúrico?)por el contraste: por un lado, la placidez del Mediterráneo, un mar que echa la siesta, luminoso, radiante; por otro, la violencia de las montañas volcánicas, negras, bruscas. Y los pueblitos blancos, que parecen egeos, ya volcados al turismo pero en general discretos y amables. Eso sí, de repente, junto a un acantilado basáltico o junto a una playa virginal, aparecen media docena de apartamentos amorfos con una pista de tenis de rojo chillón que enciende las ganas de restaurar la pena de muerte para algunos constructores y concejales -o al menos la condena a escuchar una docena de veces seguidas las tertulias de estos interminables días sobre la posible alineación de Luis Aragonés-.

En Murcia, como ya adelanté, hice una parada muy nutritiva gracias a la hospitalidad de Miguel, Su y JM. A Murcia la tenemos olvidada, allí en el córner, pero es una tierra que ahora vive en ebullición, decidiendo qué quiere ser y cómo. No voy a dar la paliza sobre el agua, el ladrillo o la realidad nacional cartagenera, pero leer el periódico en Murcia es una actividad más interesante que en muchos otros sitios; y ya os contaré en otra ocasión cómo descubrí una bahía enterrada en escombros minerales y el hermoso paseo por unas dunas fósiles, pero por ahora sólo apuntaré las palabras claves de mi estancia murciana: zarangollo, michirones, chapapote de verdura y chapapote de marisco.

Desde el Mar Menor, esquivé toda la costa levantina para meterme por el interior. Ya lo siento, pero la costa mediterránea, con alguna excepción acorralada, es una inmensa hilera de bloques de apartamentos, hoteles, discotecas y chiringuitos. Como un supermontaje de fichas de dominó de esos que hacen para batir récords Guiness: si empujas un bloque de apartamentos en Estepona, van cayendo todos en línea hasta la Costa Brava.

Así que subí hacia Alcoy (Alicante, donde me acogieron Eduardo y Teresa), Xátiva (Valencia, curiosa ciudad, en cuyo museo cuelga boca abajo un retrato de Felipe
V, el rey que ordenó quemar la ciudad, y por eso ahora a los del pueblo les llaman "socarrats") y la trastienda montañosa de la Comunidad Valenciana.

Aunque no lo parezca, hay vida más acá de las playas. El interior alicantino, valenciano y castellonense esconde unas cuantas joyitas: serranías olvidadas, valles silenciosos, ríos que abren cañones imponentes. (Es una cosa tremenda: los ríos, en todo el arco mediterráneo, son ríos vegetales. Uno va por la carretera, cruza un puente, ve un cartel que anuncia un río pero no ve ninguna corriente de agua: pero sí un cauce de naranjos y huertas, una pincelada frondosa de verdor sinuoso en medio de la aridez).

Mi descubrimiento más destacable: las gargantas del río Mijares, uno de los pocos ríos levantinos que nace más atrás de las montañas costeras, que recoge aguas y nieves en Aragón, y por eso forma un curso bastante regular y potente, capaz de abrir desfiladeros.

Llegué a Montanejos, villa termal, al pie de una red de barrancos y cañones. En la misma orilla del Mijares, en la boca de un desfiladero calizo, descubrí la Fuente de los Baños, de la que manan 6.000 litros por minuto, a 25 grados. Allí se forma una piscina natural tibia (la de la foto), que estaba casi desierta a las 9.30 de la mañana. No tenía a mano la toalla ni el traje de baño, pero la tentación era irresistible, así que en un pispás me despeloté (no hay foto) y me di uno de los mejores baños de mi vida. Nadé hacia el interior del desfiladero, yo solo entre paredones calizos, entre luces y sombras, escuchando el borboteo de las pequeñas cascadas que caían al río, asomándome a cuevas que se abrían a ras de agua. Y volví sedado.

Al salir a la playita de guijarros, leí en un cartel que cierto rey moro del siglo XIII construyó aquí unos baños para que sus favoritas se mantuvieran bellas y jóvenes. No voy a decir que salí de allí como una favorita de un rey moro, por aquello de mantener un poco la dignidad, pero sí que volví a la moto medio sedado y con un regustico glorioso.

Todo me parecía maravilloso, pero después de unos pocos kilómetros río abajo, en un pueblito llamado Toga conocí a un matrimonio que pasaba el fin de semana en el valle del Mijares. Ella había nacido en la comarca, pero vivía en Barcelona. "Mi familia se fue, como todo el mundo. Aquí ya no queda nadie, el valle está muerto. Esto era un valle importante, ya ves que hay un pueblo cada dos o tres kilómetros, pero, salvo Montanejos, los demás pueblos están casi vacíos, son como urbanizaciones a las que sólo venimos de vacaciones los que nacimos aquí. La vida propia de esta zona ha desaparecido. Ya sólo hay animales de dos patas. ¿A que no has visto ninguno de cuatro patas? Sólo viven por aquí unos pocos viejos, y ya no están para cultivar ni cuidar animales ni nada. Hace décadas la gente emigró a las ciudades, a las industrias, a la costa, y ya para rematar se pusieron a construir pantanos y mataron el río. Ahora el Mijares es un hilo de agua. Antes era un río potente, caudaloso. Si vas a la zona de Morella, al Maestrazgo, todavía queda algo de la vida de los pueblos serranos, pero aquí ya se extinguió".

Fui al Maestrazgo, al macizo de Peñagolosa, a los pueblos más altos de todo el Levante. Allí la gente vive a 1.000-1.200 metros, encaramados en sierras solitarias.
Las laderas están troceadas en bancales y terracitas. Vi un par de viejos recogiendo cerezas y cuidando olivos. Pero nueve de cada diez bancales están abandonados, devorados por los matorrales. Se aprecia que el bosque vuelve a subir desde el valle, que va recuperando las laderas perdidas antaño, los cipreses y los pinos crecen en las terrazas, cada vez más cerca de los pueblos. Al fondo, hacia el este, se ve la costa mediterránea y el destello blanco de las aglomeraciones, de los apartamentos, de los hoteles.

10 junio 2006

Vistas del estrecho

Los niños de Tarifa viven asomados al estrecho de Gibraltar. Y éstos son los murales que pintaron en su ciudad.











(Tarifa fue antes de las Alpujarras, claro. Y yo ya ando por Alcoy (Alicante), después de una nutritiva parada en Murcia de la que hablaré más adelante. Siento que a algún lector le despiste un poco este desorden cronológico y el lapso de días que se ha ido abriendo entre el viaje y el blog: el blog va unos cientos de kms por detrás de la vespa. Dicen que unos exploradores europeos andaban por África a marchas forzadas y que sus porteadores negros se paraban de repente, aun sin estar especialmente cansados. ¿Por qué no seguís? Es que vamos tan rápido que tenemos que pararnos de vez en cuando para que nos alcancen nuestras almas. No lo recuerdo, pero esta historia seguro que es de Chatwin, tiene toda la pinta. O sea: en Tarragona haré una gran parada de varios días, para recargar las pilas y, de paso, para frenar un poco el viaje y que el blog lo alcance).

08 junio 2006

Unas papas, unos pimientos y 48 mecheros




Recuerdo la primera vez que encontré Las Alpujarras en un mapa. Tenía 14 años, me regalaron un libro de rutas cicloturistas y en ese valle encontré la ristra de nombres de pueblos más bonita de toda España (acepto otras sugerencias). Aquí van sólo algunos: Soportújar, Carataunas, Pampaneira, Bubión, Capileira, Pórtugos, Busquístar, Trevélez, Bérchules, Jorairátar, Mecina-Bombarón, Ugíjar.

Los pueblos de Las Alpujarras son racimos de casitas blancas que cuelgan del lomo de Sierra Nevada. Están entre los más altos de España (existen polémicas curiosas sobre el título de pueblo más alto, pero esa es otra historia). Y llaman la atención, entre otras muchas cosas, los tejados planos. Hay varios motivos para este detalle, pero uno de ellos es que los pueblos están en terrenos tan empinados que los vecinos sólo contaban con los tejados planos (los terraos) para hacer vida social: en el tejado jugaban los niños, se ponían mesas y sillas para juntar a las familias, se cantaba y se bailaba, se secaban las cosechas... En cualquier otro lugar del pueblo, un paso despistado te puede mandar dando botes al fondo del barranco.

Entre los pueblos colgantes, los que más impresionan son los tres que hacen equilibrios al borde del barranco de Poqueira, una tremenda hondonada que se abre a los pies del Mulhacén. Pampaneira, Bubión y Capileira son tres regueros de casas a punto de precipitarse en el abismo, pueblos tan tensos que uno se queda mirándolos
con la malévola esperanza de que en cualquier momento alguno de ellos ya no aguante más, se desprenda y rompa en un alud de casitas hasta el fondo del barranco.

En Bubión me encontré con el viejo de la foto, que caminaba junto a un caballo blanco de alforjas repletas. Le pregunté cuál de las fuentes del pueblo daba mejor agua y me dijo que todas, pero que la mejor de todas era la de su cortijo. Que allí el agua era muy limpia, muy buena para sus cultivos: papas, maíz, pimientos, algo
de fruta. Y que con eso se las arreglaba para vivir, tirando como podía.

Cuando se marchó, el chaval que lleva el estanco del pueblo (que había estado observando la conversación), se me acercó con media sonrisa: "Menudo es el abuelo.
¿Ése? El más listo de todos. Dice que no quiere venir a vivir al pueblo, que él se queda en el cortijo. Y los guías le llevan al cortijo grupos de guiris, y él les prepara unas migas, les toca el acordeón y les saca una pasta, qué sé yo, diez euros a cada guiri.Acaba de comprarme 48 mecheros. Le han costado 33,60. Y él se los venderá a los guiris, a un euro el mechero como mínimo. Y de eso vive".

07 junio 2006

El callo del vespista



Que nadie se ofenda. Esta foto sólo tiene un interés divulgativo: mostrar a la comunidad médica una imagen de lo que -propongo modestamente- podría denominarse el Callo del Vespista. Después de 6.000 kms y un mes de embragar y desembragar (menudos verbos), se forma una zona callosa en la falange central y en parte de la falange superior del dedo corazón de la mano izquierda del vespista.

Si algún dermatólogo (o psiquiatra) quiere llevarme a algún congreso internacional, estoy dispuesto a repetir el gesto de la foto ante sabios de todo el mundo.

(Si pincháis en la imagen, se agrandará y podréis estudiar el callo con más detenimiento. De nada).

05 junio 2006

Excepcional


Sierra Nevada es excepcional, en el sentido estricto de la palabra. No sólo porque levanta los picos más altos de la península Ibérica (el primero: Mulhacén, 3.481 metros; el tercero, Veleta, 3.392; el quinto, Alcazaba, tresmilnosecuántos) sino porque ofrece un paisaje alpino, modelado por hielos milenarios, en un entorno subtropical y a dos pasos del Mediterráneo y de África. Alberga un montón de plantas endémicas de épocas glaciales, que quedaron aisladas en esta cordillera, hay flores que sólo se encuentran en islotes árticos -o en ninguna otra parte-. De hecho, el propio nombre es una señal muy clara de su excepcionalidad: no tendría sentido llamar "nevada" a ninguna sierra de los Pirineos o los Alpes, porque todas lo son; las cordilleras que llevan este adjetivo -esta Sierra Nevada granadina, la Sierra Nevada de California o las Snowy Mountains australianas- se levantan en medio de regiones secas y hasta muy desérticas. Una excepción, pues.

Y como las excepciones siempre son interesantes, ayer subí con la vespa hasta el albergue militar en el que una barrera impide el paso (a 2.550 metros: récord de altitud para la vespa, que no creo que supere nunca, porque debería irse a los Alpes). La barrera impide el paso, pero la carretera sigue subiendo hasta unos metros antes del mismísimo Pico Veleta. Supongo que a esta barbaridad construida en los primeros años 70 la empujó el tonto orgullo nacional de tender la carretera más alta de Europa (aunque hay otro dato curioso: en esa época el Mulhacén, el Veleta y los montes cercanos eran propiedad privada de una familia que incluso llegó a hipotecarlos: imagináos al banquero tasando el Mulhacén. Hay que investigar esta historia, izagirre). He visto una postal de los años 70 en la que aparecen un montón de seiscientos y doscaballos aparcados junto al Pico Veleta. Tremenda estampa.

Ahora, con un poco más de sentido común y con las leyes de un parque nacional, sólo se puede subir al Pico Veleta andando o en bici. Por la carretera -que se va degradando y, lógicamente, nadie la repara- el recorrido suma 12 kilómetros. Si se va a pie, el sendero va atajando a través de una ladera pizarrosa y sólo son 9 kms. El guarda me dijo que tardaría unas tres horas en subir. Pero alguien como yo, un treintañero desentrenado pero entusiasmado, con una parada para echar un trago y comer unos frutos secos, tardará 2h15'. Así que la subida al tercer pico más alto de la península sólo es una excursión media. Con un premio gordo: las vistas sobre la vertiente de las Alpujarras y sobre el circo que forman el Veleta, el impresionante torso del Mulhacén y el pico Alcazaba. En los hielos de esa circo nace el río Genil. A la espalda ve toda la ascensión, la estación de esquí de Sierra Nevada y, al fondo, Granada.

En la cima (3.392 metros) había moscas y mosquitos, un peculiar escarabajillo y mariposas, un holandés sentado en posición de loto y un ciclista con pulsómetro, otra media docena de montañeros. Y había cobertura para los móviles: la mitad de la gente llamaba o mandaba mensajes para anunciar la buena nueva. Ay, la inmediatez que nos aturulla.

Como algunos sabéis, los minutos compartidos en la montaña valen por cinco, así que en el último tramo de subida hice un amigo granadino (Emilio, un abogado que cambió casos de personas por casos de papeles para dormir tranquilo) y después de las fotos y el bocatachorizo de rigor, bajé, bajé y bajé, con la pequeña euforia tontorrona y silbando (no están en los silbables montañeros de eresfea, pero silbé el bolero de Ravel y el Riau Riau, lo prometo).

Hoy estoy un poco requemado y contento. He dedicado la mañana a visitar la Alhambra, qué puedo decir. La Alhambra es una de esa media docena de cosas que habría que transplantar a otro planeta en caso de emergencia. Qué puedo decir. Sólo se me ocurre una cosa. Lo que decía una señora donostiarra: como la Plaza Guipúzcoa no hay nada.

02 junio 2006

Tinto y bacterias sevillanas




Aquí van las fotos prometidas del río Tinto. Espectacular, ¿eh? Y esto tiene relación con uno de los motivos por los que Sevilla me gustó tanto: en las callejuelas de la antigua judería encontré los parientes humanos de las bacterias litotróficas de Riotinto. El eslabón perdido entre las bacterias y los humanos son un par de familias gitanas que regentan la pensión sevillana en la que pasé noche.

La pensión está en una callejuela de dos metros de ancho. Encontré una puerta abierta, entré y descubrí un patio embaldosado y con macetas, árabe total. En una esquina, tres gitanos, una gitana y una paya brasileña -así la llamaban- charlaban y bebían cerveza. Pregunté si tenían una habitación para pasar la noche y cuánto costaba. La respuesta fue: "¡¡Migueeeeeé...!!". Y ya. Ellos siguieron charlando y bebiendo. Yo me quedé de pie un par de minutos. Hasta que de la planta superior bajó el tremendo Migué, un gitano enorme, con su camisa abierta y un enorme colgante dorado de la Virgen del Rocío medio escondida entre la pelambrera amazónica del pecho. Veinte euros la noche. Y me dio una habitación del patio, a diez metros de la mesa donde charlaban y bebían.

A las 20.30 salí a dar una vuelta por Sevilla. La ciudad me encantó, como ya he dicho, pero los detalles quedan para otra vez. El asunto es que volví a la pensión después de cenar y pasear por la orilla del Guadalquivir, a eso de las 23.30. Y allí estaban, sentados a la mesa, charlando, bebiendo, con ocho o diez litronas ya vacías, los mismos de antes más el propio Migué. Buenas noches, buenas noches, hasta mañana.

A las 9 de la mañana salí al patio -donde metí la vespa, por cierto- y no había ni blas: sólo la mesa de plástico con una litrona, la litrona final de la noche anterior, me imagino. Dejé una nota sobre la mesa: voy a dar un paseo, volveré hacia el mediodía para recoger el equipaje.

Volví al mediodía y, ¿sabéis qué escena encontré? ¡No! ¿De verdad? Migué, el resto de los gitanos y la paya brasileña, sentados, charlando, fumando y bebiendo cerveza. La sabia vida de las bacterias.

(Ayer, preciosa etapa: Sevilla-Sanlúcar de Barrameda (donde por fin brilló una luz andaluza de verdad)-Chipiona (no noté nada, sólo unas velas y unas flores bajo la estatua de la extinta)- Cádiz (preciosa y traidora: bajé a sacar fotos de unas dunas costeras y el vendaval me tiró la vespa, no pasó nada, sólo una abolladura para presumir de ella a la vuelta)- Vejer de la Frontera - El Palmar. Hoy sigo zarandeado por estos terribles vientos gaditanos. Os escribo desde Tarifa, donde he visto la silueta brumosa de África. Y eso emociona. Esa visión me ha encendido uno de esos momentos eufóricos de los viajes, en los que parece fácil seguir rodando por el mundo, saltar de continente en continente, por qué no subir al ferry y vespear hacia El Cairo o Dakar o Tombuctú. Pero, en fin, tengo amigos y arroz con conejo esperando en Murcia, que no es manca).

31 mayo 2006

Riotinto

El paisaje de Minas de Riotinto (Huelva) es un delirio de colorines. Aquello fue durante mucho tiempo la mayor explotación minera del mundo, y ahora, una vez paralizada toda la actividad hace cinco años, queda una comarca destripada, comida por inmensos cráteres, tajos a cielo abierto, pirámides de escorias, lagunas mineras, "playas" de azufres y óxidos cristalizados, montañas en carne viva con murallones violetas, verdes, amarillos, naranjas.

En esta zona ya sacaban cobre hace 5.000 años, luego aparecieron los fenicios para extraer plata, y más tarde llegaron las inmensas ingenierías de los romanos. Pero el pueblo (Minas de Riotinto) nació a partir de 1873, cuando la compañía británica Riotinto Company compró los derechos de explotación de la cuenca minera. Al lado de las casas (a menudo chabolas) de los obreros, los ingleses levantaron toda una urbanización victoriana, con sus parques, sus piscinas, sus campos de tenis, críquet y golf -prohibida la entrada a los españoles-. Crearon el primer grupo de boy-scouts en España (otro efecto contaminante de la minería) y trajeron el fútbol: el primer club fue el Riotinto Football Club, de 1878, compuesto sólo por británicos, y en 1890 se fundó el Recreation Football Club, el actual Recreativo de Huelva, el equipo más viejo del fútbol español. Estos ingleses tan finolis y tan sportmen también se dedicaron a explotar a los niños con fruición (de los primeros 1.110 trabajadores, un tercio eran menores de edad, y de ellos 47 no tenían ni 10 años). Lo hacían porque un niño cobraba la mitad del sueldo de un hombre (y muchos trabajaban lo mismo). También pagaban el 80% del sueldo en cupones que los obreros sólo podían gastar en tiendas de la propia compañía. Y cuando los mineros protestaron porque la calcinación de mineral al aire libre junto a sus casas les estaba envenenando, los reprimieron a tiros (un buen puñado de muertos). Una historia edificante sobre cómo llegó la prosperidad económica a esta región.

Los ingleses dejaron Riotinto en los años 50 del siglo XX. No porque se agotara el mineral: es que se abrieron nuevas minas en América del Sur, y allí la mano de obra era mucho más barata. Y allá que se fueron. Varias empresas españolas se encargaron de Riotinto en los siguientes años, pero a finales del siglo XX fueron echando la persiana. Y desde 2001 ya no hay actividad minera. Y, otra vez, no cerraron el chiringuito porque el mineral se agotara. De hecho, hoy en día las reservas de cobre de la región son de las mayores de todo el planeta. Pero aquí un trabajador tiene derechos y un sueldo digno (no sé, ¿1.000 euros?). Y en Indonesia hay una mina gigantesca de cobre y azufre (en mitad de la jungla y a 4.000 metros de altura), y allí los trabajadores no están para pedir muchos derechos laborales y cobran 60 euros al mes. Las fundiciones de Huelva siguen trabajando, pero no funden mineral de Riotinto, a 50 kms., sino que lo traen desde Indonesia. Sale más rentable. Si las minas de Riotinto no funcionan es porque están en un país desarrollado y la gente no se deja explotar. Así es el capitalismo feroz, amiguitos.

Otros aspectos más edificantes: Minas de Riotinto es un paraje tan alienígena que la NASA anda por aquí probando los robots que enviarán a Marte dentro de dos años. Siempre se ha dicho que el río Tinto es un río muerto: transporta tantos metales pesados y es tan ácido que resulta puro veneno. Y es así por naturaleza. Pero hace unos años, unos microbiólogos españoles descubrieron que en el río vivían unos bichitos: bacterias litotróficas. O sea, que comen mineral, así, a palo seco, sin empujar con pan. Y no es que vivan sólo en el agua: han pasado al río, pero han encontrado bacterias de esas bajo tierra, a 100 metros de profundidad, comiendo sus raciones de hierro y cobre tan ricamente, en absoluta oscuridad. Y la Nasa cree que si en Riotinto hay bichitos así, también podría haberlos en Marte. Y aquí andan, haciendo pruebas.

La vida de esta bacterias, enterradas a 100 metros y comiendo mineral, no parece muy emocionante (aunque también es cierto que no les llegan las canciones del verano ni escuchan a Maradona haciendo análisis de política internacional). Ahora que se plantean los derechos de los simios, alguien debería defender un plan para mejorar la vida de las bacterias litotróficas, porque es bastante cruel que se dediquen a comer hierro y cobre cuando a 40 kilómetros existe cierto pueblo llamado Jabugo.

(En este viaje las grandes ciudades me dan cierta pereza, pero Sevilla me ha maravillado. Los detalles, pa otra vez. Ahora mismito salgo hacia Sanlúcar de Barrameda, Cádiz... Y una aclaración: en Huelva dije que huelvo porque ya no podía ir más lejos, pero si todo va bien el regreso va a ser otro vuelo de avispa, con rodeos y txiribueltas por el mapa, muchos días y muchos kilómetros: así que no os relajéis, murcianos, que espero caer por allí).

30 mayo 2006

No hay desorden



Las mujeres del grupo de gimnasia del valle de La Jara (Toledo) se van de excursión. Como casi siempre, ellas son las más animadas: los hombres en el bar y/o mirando la tele; las mujeres, gimnasia, excursiones, cursos de informática.

Yo: ¿Y el pueblo por qué se llama Buenasbodas?
Señora Gritona: ¡Porque se hacen bodas buenas!
Señora Sosegada: Es que antes las bodas de aquí duraban tres días. Y dicen que una vez mataron a un conejo que dio carne para una boda de siete días.
Yo: ¡Jobá con el conejo!
Señora Sosegada: Pero resulta que en realidad habían matado a un ternero que se llamaba "Conejo".
Señora Gritona: ¡Buenasbodas, malos casados!
Yo: ¿Es que los matrimonios de aquí no salen buenos?
Aparece Señor Rencoroso: Nada, la mitad están apartados. Yo me casé dos veces. La primera me salió muy mala, me duró muy poco. La mandé a freír espárragos. Así de apartados hay en este pueblo, así, divorciados y eso.
Señora Sosegada: No haga caso. Aquí casi no hay desorden.

(De esto hace ya 500 kms. Ayer hice el póker extremeño (Guadalupe, Trujillo, Cáceres, Mérida). Hoy he pasado a Huelva por la Sierra de Aracena: ayer en tierras de Badajoz rozamos los 40 grados y hoy en estas montañas ha entrado una niebla helada que me ha tenido temblando en la vespa hasta que he parado a abrigarme. He pasado por Jabugo -y por su Plaza del Jamón-, estoy en Aracena, voy para Minas de Ríotinto y espero acabar la etapa en Huelva. Y como ya no podré ir más lejos de casa, en Huelva cojo y me huelvo).